FICHA ANALÍTICA

Arturo Infante: La culpa del guionista no acaba nunca.
Crespo, Cecilia (1987 - )

Título: Arturo Infante: La culpa del guionista no acaba nunca.

Autor(es): Cecilia Crespo

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 5

Año de publicación: 2007

Arturo Infante: La culpa del guionista no acaba nunca.

 Disfruta como pocos del sabor de la creación, ese «castigo» que lo atrapa cuando conecta sus dedos al teclado de una computadora, e irremediablemente, comienzan a fluir sus historias.

A sus 29 años, el santiaguero Arturo Infante es, sin dudas, una de las más fervientes promesas del séptimo arte en la Isla, tanto cuando respira cine desde la escritura, como cuando esculpe las secuencias en el rol de realizador. Graduado de Teatrología en el Instituto Superior de Arte, de la especialidad de Guión en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y de varios talleres, entre estos: Cómo se cuenta un cuento, ?que imparte Gabriel García Márquez?, es el principal generador de las tramas de algunos filmes recientes: La edad de la peseta, de Pavel Giroud, y Camino al Edén, de Daniel Díaz Torres, a las que se suma su contribución a El cayo de la muerte, dirigido por el brasileño Wolney Oliveira. En su filmografía como director, hasta el momento, solo encontramos cortometrajes de ficción como los laureados El televisor (2002), Utopía (2004) y Gozar, comer, partir (2006). Mientras, esperamos su opera prima en el largometraje, para lo cual no piensa apresurarse. Dueño de una increíble capacidad para mutar realidades, utopías, fábulas y vivencias en imágenes, accedió a conversar con Cine Cubano, soslayando su terrible aversión a las entrevistas.

¿Cómo te definirías: guionista o realizador?

Desde que me gradué, lo que más he hecho es escribir. Pero mientras estaba en la escuela sentía la necesidad de experimentar en la dirección, por lo cual realicé un cortometraje llamado El televisor. Esa necesidad continuó y, desde entonces, he realizado algunos cortometrajes más. Creo que ambas cosas se complementan orgánicamente. Aunque siento que mi oficio es el de guionista. Es lo que hago la mayor parte del año y el terreno donde me siento más seguro. Dirigir, en mi experiencia, representa un mayor desafío, y es eso, precisamente, lo que más disfruto al hacerlo.

 Poco después de conceder esta entrevista, Arturo Infante se alzaba con el premio Coral en la categoría de mejor cortometraje de ficción por Gozar, comer, partir, en el 28 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Según nos había comentado, «el título es un juego con los verbos modelos del español: AMAR, TEMER, PARTIR, pero cambiándolos por otros que —desde mi punto de vista, claro está— son los más conjugados en Cuba actualmente. Es una pequeña historia centrada en cada uno de esos verbos». Días más tarde, La edad de la peseta, que obtuviera varios galardones en el certamen, era reconocida por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica en su selección anual como el mejor largometraje cubano estrenado en 2006.

¿Qué prefieres: escribir o dirigir?

Disfruto y sufro con ambas cosas, aunque de manera diferente. Sufrimiento, en este caso, no quiere decir dolor, hablo de un sufrimiento «creativo» que, a la larga, también es disfrutable. Un dolor parecido al del parto que, de inmediato, es recompensado por el nacimiento. Escribir requiere mucha autodisciplina. Cada día tengo que luchar conmigo mismo para permanecer sentado delante de la computadora. Me desconcentro muy fácilmente y siempre encuentro alguna buena razón para levantarme y dedicarme a otra cosa. La escritura es una profesión solitaria. A veces te pasas horas y solo consigues escribir un par de líneas.

Por el contrario, es muy gratificante llegar al punto en que los personajes comienzan a tomar vida propia, la historia comienza a definirse, y uno descubre conexiones secretas que siempre estuvieron pero que no las vio antes. En momentos de inspiración extrema es como si alguien me susurrara al oído, y yo solo me limito a transcribir lo que escucho. Entonces puedo pasarme una madrugada entera trabajando. Dirigir es otra historia: exige una enorme concentración, porque intervienen miles de factores e imprevistos, ajenos a la creación. Al contrario de la escritura, aquí la soledad no es problema. Más bien hay que conseguir escuchar a todo el mundo y, al mismo tiempo, tener todo muy claro en la cabeza para poder explicar y compartir tus puntos de vista con los demás. Dirigiendo, disfruto el trabajo con los actores y con el equipo de filmación. Me gusta incorporar los aportes de los demás, siempre que funcionen mejor que mis ideas. Cuando eso ocurre, significa que uno ha sabido trasmitir una visión determinada, y todo el mundo está creando en función de ella.

¿De qué modo calificarías la simbiosis que estableces entre escribir y dirigir?

Al escribir un guión, hay que imaginarlo en términos concretos de puesta en escena. Primero me voy imaginando la película en la cabeza, escena por escena, como si la estuviese viendo en una pantalla. Y luego trato de transcribir sobre el papel lo que veo. Si el guionista ve la película primero en su cabeza, y su escritura es clara y precisa, entonces es más fácil para el director imaginar su propia puesta en escena a partir de lo que lee.

Cuando se dirige hay que tener la historia muy clara. De manera que en medio del caos de un rodaje, saber siempre qué momento de la historia se está contando, de dónde se viene y qué sigue luego. Hay que estar consciente de que todo en la puesta en escena está en función de la narración. Te tienes que preguntar continuamente: ¿cómo ayuda este determinado objeto, esta luz o este valor de plano, a contar la historia? En ese sentido, la puesta en escena es también una forma de escritura.

 ¿Qué influencias reconoces en tus creaciones?


Estoy todavía experimentando, encontrando lo que me gusta, aprendiendo... Supongo que hasta el momento me sobran «influencias» y me falta «obra». Hay muchos directores y películas que me gustan: no sé si me han influenciado lo suficiente. Me gustaría creer que sí: Luis Buñuel, Arturo Ripstein, Billy Wilder, Wong Kar-wai, Tim Burton, Woody Allen, Federico Fellini... La lista es larga y podría continuar.

 ¿Prefieres dirigir tus propios guiones?

Depende. En el caso de los cortometrajes, sí. Nunca he dirigido un largometraje, pero de los guiones que he escrito, sé que ninguno me hubiese gustado dirigirlo. Hasta ahora, mi trabajo de guionista se ha parecido al de un sastre. Escribo —o adapto lo que he escrito— a la medida de los gustos de otra persona. El director tiene que sentirse muy cómodo con el guión que va a dirigir. Lograr un punto en que él sienta como si la historia y todo lo que hay en ella hubiese surgido de su propia cabeza. Ese fue el proceso con La edad de la peseta. Disfruté mucho escribir el guión, pero estaba consciente de que no iba a dirigirlo nunca. Posteriormente, el trabajo con Pavel Giroud consistió en adaptar ese guión a su visión y sus gustos como realizador.

 Fue un proceso muy estimulante, que disfruté mucho también. Pero de haber sido otro el director, los cambios hubiesen ido por otro rumbo, aun conservándose, en esencia, la misma historia.

 No sé cuándo vaya a dirigir un largometraje, no tengo demasiada prisa tampoco. A lo mejor entonces decido trabajar con otro guionista, quién sabe.

¿Con cuáles directores te gustaría trabajar?


Hasta ahora, he disfrutado trabajar conjuntamente con un director. Siempre es una nueva experiencia que te enriquece y de la cual aprendo algo. Así que estoy dispuesto a trabajar con casi todo el mundo...

¿Dónde consideras que acabe tu culpa como guionista y comienza la del realizador o la de los realizadores de los filmes en los que colabores con tus historias?

La «culpa» del guionista es la primera y no acaba nunca. A ella se suman otras muchas, las de todos los demás que deciden que esa historia, en particular, merece filmarse, y le dedican toda su creatividad y esfuerzos. Y, por último, está la «culpa» del espectador, cuando decide sentarse frente a la pantalla a ver ese filme.

¿Qué es para ti el cine?


 Entretenimiento. Que, en el sentido más amplio, no excluye la profundidad, ni la capacidad de hacer reflexionar. Una película siempre tiene que mantener el interés del espectador, entretener. Me gustan las películas que consiguen provocar reacciones «físicas» en los espectadores. Ya sea que hagan llorar, reír, excitarse, saltar de miedo o aferrarse al brazo de la butaca. Las películas demasiado «cerebrales» o con la pretensión manifiesta de «hacernos reflexionar», me aburren y cada vez me interesan menos.

¿Cuáles consideras que sean los actuales asideros y barrancos de la actual producción cinematográfica cubana?

No sé. No me gustan ese tipo de preguntas tan abarcadoras. Me cuesta trabajo teorizar sobre lo que tengo alrededor, me vuelvo un poco miope y necesito distancia. En todo caso, la falta de dinero es siempre un gran barranco...

¿Qué opinión te merecen los actuales espacios de inserción de los que disponen los jóvenes realizadores en el cine cubano de hoy?

El mejor y más significativo es la Muestra Nacional de Nuevos Realizadores, que se realiza cada febrero. Es un espacio muy estimulante y abarcador, donde uno puede confrontar sus obras con las creaciones de los demás. La Muestra mejora y se perfecciona cada vez más, y está intentando funcionar de diferentes maneras durante el resto del año. Me parece positivo, pero no hay que conformarse con eso. Muchas veces las obras premiadas solo se exhiben en la sala Charles Chaplin, para un público muy específico. Y de allí no trascienden.

¿Qué necesita Arturo para escribir o filmar...? ¿Cuáles son esas reglas, esos secretos…?


Para escribir no necesito mucho: una computadora delante y alguna idea en la cabeza. Si hay algún secreto, sería disfrutar observando y escuchando a los demás. A veces he salido a la calle con el único objetivo de «cazar» frases, imágenes o personajes. El guionista siempre tiene que estar alerta, porque no se sabe de qué lugar puede salir una buena historia.

¿Cómo asumes el reto de ser uno de los guionistas del momento y uno de los jóvenes realizadores más ocupados últimamente?


 Es casual que coincidan los estrenos de varios guiones que escribí en fechas diferentes. La edad de la peseta, aunque se estrenó recientemente, la escribí hace casi cuatro años. Luego trabajé como coguionista en El cayo de la muerte, una coproducción brasileño-cubana dirigida por Wolney Oliveira, otro graduado de la Escuela de San Antonio de los Baños, ya felizmente terminada. Y también muy pronto estará lista Camino al Edén, que escribí hace algo más de un año para Daniel Díaz Torres. Como realizador, intento realizar, al menos, un cortometraje por año. Siempre al principio tengo que desempeñar las veces de productor, para poder «levantar» el proyecto, y eso me toma más tiempo.

¿Cuáles son los principales propósitos que te impulsan a utilizar la ironía en tu obra?

La ironía es una forma de ver las cosas, un prisma que te impide caer en fanatismos de ninguna clase y que, automáticamente, le coloca a todo un saludable signo de interrogación. No siempre me propongo ser irónico; la mayoría de las historias que se me ocurren ya nacen con la ironía dentro de sí. A veces solo es cuestión de acentuarla o refinarla un poco más.

¿Desdoblas tu personalidad cuando escribes o filmas?


Soy yo mismo todo el tiempo, solo que trato de ponerme en el lugar de cada personaje que escribo. Si yo fuera esta mujer o este anciano: ¿cómo reaccionaría en esta situación?, ¿qué diría? En ese punto, el trabajo del actor y el del guionista se tocan. Solo que la representación del actor ocurre para un público, mientras que las mías no las ve nadie: suceden en mi cabeza.

¿Con quién escribes, con los ángeles o con los demonios?

Es un trabajo conjunto. Una coproducción CIELO-INFIERNO. La primera versión de un guión la escribo con los demonios; la reescritura, con los ángeles. En un primer momento, es aconsejable volcar todas las ideas sobre el papel, por muy absurdas, exageradas o perversas que puedan parecer. Trato de no autocensurarme, algo que he ido aprendiendo con el tiempo, porque cuesta trabajo. Ya luego hay que ponerle orden a ese material, pulirlo. Es un trabajo más cerebral, más pausado. Ahí es cuando entran los ángeles. Aunque es aconsejable dejar algún que otro demonio supervisando este proceso, para que el guión no se vuelva demasiado aburrido.

¿Cómo se te ocurren los títulos?

Con muchísimo trabajo. Es lo que peor se me da. Tengo historias que nunca han encontrado un título que me satisfaga y, por el contrario, títulos hermosos y sonoros, pero sin historias detrás.

¿Cuánto hay de autobiográfico en tu obra?

Muy poco. No creo que mi vida sea tan interesante como para llevarla a mis historias, al menos hasta ahora. Aunque siempre uno parte de experiencias que ha vivido o de historias que escucha que le han sucedido a otros. Los que han leído el guión o visto La edad de la peseta me preguntan cuánto hay de autobiográfico allí. Al igual que Violeta —el personaje que interpreta Mercedes Sampietro en la película—, mi abuela era fotógrafa. También ciertos pasajes de la historia sucedieron más o menos así. Pero todo eso está colocado en otro contexto lejano al mío y con personajes sicológicamente distintos, que no tienen nada que ver conmigo o mi familia. Hago lo mismo todo el tiempo: cosas que escucho o que leo, las proceso y les doy una forma nueva.

 Si tuvieras que salvar de un tsunami una de tus creaciones, ¿cuál sería?


 Creo que ninguna. En todo caso, trataría de salvarme yo primero y después seguir escribiendo cosas nuevas. No siento demasiado apego por los cortometrajes y los guiones que he escrito. Por supuesto, me satisface cuando obtienen algún reconocimiento o simplemente alguien se me acerca para decirme que le ha gustado. Uno le da vueltas a una idea por mucho tiempo, hasta que logra materializarla, ya sea en un guión o una película. Siento entonces una especie de liberación, como si la historia ya dejara de pertenecerme. He sido un instrumento para que esa idea pudiera encontrar su camino. Cuando asisto al rodaje de algún guión que he escrito, veo a los electricistas, los escenógrafos o los extras ir de un lado al otro, todo el mundo muy ocupado. Yo mismo suelo estar en ese momento trabajando en otro guión. La mayoría de ellos no me conoce, y no imaginan que el trabajo que están haciendo nació mucho tiempo antes, en la soledad de mi habitación. En ese momento siento que la historia ya no me necesita. Es como terminar una historia de amor: fue hermoso mientras duró, pero ahora cada cual debe continuar su camino.

Se dice que todo artista, cineasta o escritor maneja durante su trayectoria determinados temas; si esto fuera cierto, ¿cuáles serían esos temas para Arturo Infante?

No me he detenido a pensar en eso, creo que no es el momento. Hasta ahora, mis intereses temáticos son muy amplios: me interesa casi todo. Pero si me obligas a pensar, he notado que en todo lo que he hecho existe una intención de conciliar categorías en apariencia opuestas. En lo adelante, me gustaría experimentar más dentro de los géneros cinematográficos. Me atrae la idea de crear dentro de pautas y códigos muy bien establecidos.

¿Qué planes o perspectivas inmediatas tienes?


 Estoy escribiendo dos guiones. Uno va más avanzado, mientras que el otro está aún en fase de argumento. Tengo esperanzas de que se realicen, aunque al comienzo nunca hay seguridad de que la película logre filmarse. Es un proceso azaroso y largo. Es frecuente que uno escriba guiones que nunca llegan a filmarse.




Descriptor(es)
1. CINE CUBANO
2. CINEASTAS CUBANOS
3. DRAMATURGIA
4. ENTREVISTA

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