FICHA ANALÍTICA

Cine Cubano: Mi primera visión
Littín Cucumides, Miguel Ernesto (1942 - )

Título: Cine Cubano: Mi primera visión

Autor(es): Miguel Ernesto Littín Cucumides

Fuente: Revista Cine Cubano On Line

Número: 2

Año de publicación: 2005

La primera vez que vi una película cubana fue en el ya mítico Festival de Viña del Mar, el primer festival latinoamericano, y fue Manuela de Humberto Solás, a estas alturas también mítico del cine latinoamericano e universal. Era la visión de una luz distinta; el trópico explotando en una naturaleza exuberante en actuaciones desbordadas de pasión; la épica y el melodrama, fuertes personajes femeninos enarbolando fusiles; nueva iconografía, la Revolución cubre las pantallas en blanco y negro, cámara en la mano del inolvidable Jorge Herrera, que le dio el latido de su corazón y su respiración a la cámara; Visconti y el desgarro del bolero conjugado en un verbo nuevo; fotogramas inéditos, esculpidos en las hojas de una naturaleza y una historia indomable; sin tiempo, o sea más allá, y luego fue Por primera vez, el inolvidable documental de Octavio Cortázar, los rostros de los niños campesinos asombrados, despavoridos frente a la pantalla, como cuando vi por primera vez el cine, sentado, en la falda de mi abuelita Matilde, árabe perdida en el huerto de su casa en Palmilla, a miles de kilómetros de su Palestina. Así de entrañable fue la visión de esta primera vez cubana y montañosa. Entonces conocimos a Pastor Vega y De la guerra americana, y nos impresionó hondamente la figura —saco sobre los hombros como si fuera capa—, de Alfredo Guevara, heraldo de una realidad nueva: Revolución, en las artes, en las letras, en los derechos y cultura de una nación dispersa: América Latina, y fue así como Alfredo se constituyó en padre de este movimiento llamado Nuevo Cine. Y era a Alfredo, a quien todo el mundo buscaba para hablar y sentir, a través de sus vehementes palabras, la verdad de la Revolución y su significación histórica, expresada en palabras nuevas; otro lenguaje despojado de retórica y muletillas del burócrata acostumbrado y contra quien nos rebelábamos en el Chile pre-Allende. ¿Cómo no admirar entonces el fenómeno nuevo que se nos aparecía en las pantallas, en los pasillos del hotel O’Higgins o en noches que se prolongaban hasta el amanecer recorriendo los cerros de Valparaíso, puerto principal, pegado a Viña, plagado de rincones y tugurios marineros trasnochados y noctámbulos, junto al inolvidable Saúl Yelín a quien se lo llevara la muerte tan temprano; «cubano criollo» como lo definía mi amigo Julio García-Espinosa, quien ya deliraba con el cine imperfecto, sobre todo con su divisa «Todo cine perfecto es reaccionario», sindicando así el cine formal vacío de contenidos, fuera de lugar en el reino de la utopía que todos juntos comenzábamos a vislumbrar; otra humanidad, escribir, esculpir en cada fotograma el futuro de una América Latina libertaria plena de «entusiasmo».

(Utopía irrenunciable, pase lo que pase, hoy menos que nunca, cuando el mundo parece bajar las banderas ante el poder total del imperialismo hegemónico que azota en el Medio Oriente, que esclaviza y que aspira a una sola visión del mundo, arrasando culturas, derribando artes y costumbres, arrancando los árboles de cuajo; el olivo y el naranjo, es decir nuestras vidas para globalizarnos, mejor dicho esclavizarnos).

Era entonces que, para la formulación de la Utopía eran fundamentales esas imágenes cubanas erizadas de sueños; arañando infinitos; señalando un horizonte socialista nuevo, construido a partir de nuestra propia historia, surgiendo tormentosa en la visión desmesurada de América Precolombina, intuida por poetas locos y aventureros, según Alfonso Reyes, mucho antes de ser descubierta. La cuestión entonces era cómo participar en el mundo con nuestras propias voces y sonidos; vinieron entonces las respuestas, Memorias del subdesarrollo de Gutiérrez Alea. Titón, con mayúsculas, sobrio, riguroso, crítico. La mirada más lúcida, de una historia que recién se comenzaba a escribir; intelectual cosmopolita; herida abierta de la historia. La primera carga al machete: deslumbrante, atrevida, irreverente en su nueva estética, Manuel Octavio Gómez inscribe su obra más allá de los géneros. Lucía: grandilocuente y bella, excesiva quizás, pero qué importaba y qué importa cuando Solás se apropiaba de toda la historia del cine y la hacía suya, cubana y latinoamericana. El exceso es consustancial a la ambición estética del cineasta. Me gustó la apuesta cubana, me apasionó su ambición sin límites, la diversidad de sus autores; Santiago Álvarez: audaz, intrépido, en su visión del documental, Now!, estremeció las pantallas de Viña’69 y el corazón de los jóvenes cineastas argentinos, brasileños, bolivianos, chilenos. Santiago era más que cine, era la respiración de la Revolución, más allá de toda clasificación estética; poema o panfleto documental o noticiario, canción, libre ejercicio del cine; conjugación de imágenes, en que más allá del cine es la fuerza de la vida; cine cubano, visión de la Revolución que se extenderá por todo el continente portada por la sangre de los héroes y los mártires aún insepultos que pueblan los campos, las montañas, las selvas de esta, nuestra América Latina que hoy parece dormir pero que despertará como Bolívar, cada cien años, cuando despierta el pueblo, y en ese instante de la historia que nos viene, habrá una cámara cubana, un ojo de cíclope registrando y creando las utopías del futuro. Estoy seguro.


Descriptor(es)
1. CINE CUBANO - CRITICA E INTERPRETACION