FICHA ANALÍTICA

La memoria en primer plano
Aray, Edmundo (1936 - 2019)

Título: La memoria en primer plano

Autor(es): Edmundo Aray

Fuente: Revista Digital fnCl

Lugar de publicación: La Habana

Año: 3

Número: 4

Mes: Diciembre

Año de publicación: 2012

Recordemos las exigencias de Glauber Rocha: Para el cineasta su estética es una ética, es una política. ¿Cómo puede —se preguntó— forjar una organización del caos en que vive el mundo capitalista, negando la dialéctica y sistematizando su proceso creador con los mismos elementos formativos de los lugares comunes y mentirosos y entorpecedores? «El cine es un cuerpo vivo, objeto y perspectiva. El cine no es un instrumento, el cine es una ontología». Algo más: El cine es una cultura de la superestructura capitalista. El cineasta es enemigo de esta cultura. Por estos cauces corrían las aguas del cinema novo. Por estas causas cursaban las películas producidas por los cineastas cubanos desde los primeros días de la revolución.
  Ciertamente, en la estremecida década del cincuenta, que cierra en medio de la gloria popular con el triunfo de la revolución cubana, se inician los primeros intentos por definir las líneas de desarrollo de un nuevo cine latinoamericano y, con ellas, las proposiciones de una nueva poética. Fernando Birri —en Santa Fe, Argentina—, Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Alfredo Guevara —en Cuba— y Nelson Pereira Dos Santos —en Río—, comenzaban a encender las altas hogueras de la cinematografía de América Latina. Documentar el subdesarrollo, dirigir el visor hacia la dramática sub-existencia, enfrentar la ideología del imperio, y volcar la cámara y la vida en las exigencias de la historia viva, propia, eran —como ahora— las conjugaciones del verbo cinematográfico.
   La memoria insiste: Nuestro cine en gestión y emergencia se dimensionó con la creación del ICAIC, por decreto del gobierno revolucionario de Cuba en marzo de 1959. Del otro lado el cinema novo, concebido por los compañeros del Brasil, asomaba la expresión insobornable de su realidad, que era realidad latinoamericana. Entonces salimos a mostrar la obra emergente en los eventos progresistas de Europa —no teníamos espacio en nuestra América—, y, por forzada paradoja, nos dimos los primeros abrazos fuera de la patria dividida. Los participantes de la Tercera Reseña de Cine Latinoamericano entendían, llegado el momento, de agrupar en una entidad orgánica a los realizadores, productores, escritores y críticos independientes y comprometidos, y así lo expresaron en la Declaración del Cine Latinoamericano Independiente (Sestri Levante, Italia, 8 de junio de 1962). En palabras de Alfredo Guevara: Sestri Levante fue para los cineastas latinoamericanos un territorio de sorpresas y casi un milagro. (Pero ni sorpresa ni milagro ha sido la estrategia de organización de los cineastas en sus países y el continente como palanca y adarga de acción y de estrategia compartida. Sostenido principio del liderazgo del propio Alfredo).
   Vientos de innovación, de encendido sentido social y, ¿por qué no?, de magisterio robinsoniano, de ejercicio pleno de un cine de autor, estremecido por los acontecimientos del continente y del caribe, empeñados como los pioneros del cine documental de los años 30: Jhon Grierson, de formación marxista, Jean Vigo, Flaherty, y Humberto Mauro, en Brasil, en alcanzar «la pura significación naciente», un cine con otro lenguaje, en rebelión contra el capitalismo cinematográfico y sus formas de «exterminio de las ideas». Vientos de agitación a la manera del «documentalismo militante» de Joris Ivens y Chris Marker.
   Se salió, cierto, en la busca de nuestros pueblos, de sus avatares, de su vida, de humillaciones, de sus contenidos más secretos, como si los conservara con arraigo para los momentos de la ira y de la insurrección colectiva. Se anduvo por todas las tierras de la patria avasallada, y en todas ellas alumbraban los hallazgos.
   Ese inicial encuentro de gente de nuestros pueblos en las pantallas, de ideas y proyectos comunes, de vocación unánime contra el atraso y la dependencia, removió en nosotros los cimientos de la gesta de nuestros héroes: la patria única de América Meridional. Y echamos a andar, apresurando el paso.
   Registra Ambrosio Fornet: «El movimiento —todavía disperso, pero ya con una coherencia artística e ideológica impresionante— se reconoce y constituye oficialmente en 1967, en el Primer Encuentro de Cineastas Latinoamericanos, celebrado en Viña del Mar, Chile». Adquirió dimensión plena en Mérida 1968, a través del encuentro de los documentalistas de toda la región americana. Pino Solanas y Getino, con La hora de los hornos, Jorge Sanjinés, con Revolución, Gerardo Vallejo, con Ollas populares (1968), León Hirszman, con Mayoría absoluta, Carlos Rebolledo, con las historias de Pozo Muerto, Santiago Álvarez, con su tromba fílmica, agitaban los hornos de estudiantes y del pueblo, ya encendidos por Ernesto Guevara.
   Es de hervores la memoria. ¡Cuántas contiendas en el curso! Se nos fueron unos, nos llevaron a otros con saña mortal, y una y otra vez abrimos y nos cerraron puertas. Pero con enconado fervor se hicieron películas, se discutieron entre compañeros, se nos quedaron en los laboratorios, nos las pusieron entre rejas, se empolvaron en los depósitos de los acreedores, pero también florecieron en paredes y pantallas del continente hasta alzarse altivas en los grandes festivales del mundo. Por la gran patria se entrecruzaban las obras de nuestros creadores, y extendían sus claridades por otros continentes. Entonces dijimos que el extenso y doloroso poema del pueblo preserva y enfrenta, también asalta otros cielos. Las relaciones de dependencia y el poder que las mantiene, si bien avasalla, domina y extiende su régimen de agravios, no sepulta los viejos antagonismos, por el contrario, los recrudece, al tiempo que origina nuevos. No escapa a la lucidez de los cineastas —dijimos— la observación certera de este estadio del desarrollo del capital. Ni tampoco que el capitalismo monopolista socave su propio «orden» alimentado por una voracidad que ha conducido a una nueva relación de dependencia: la dependencia financiera, fuente de una crisis sin salida, no solo porque opone al capital internacional contra los pueblos nacionales, como fuerza opresora, anárquica, incontrolable, sino también porque transparenta sus turbulencias: crisis espiritual, política, ideológica y moral.
   El nuevo cine latinoamericano había asumido función de vanguardia entre los movimientos contra la cultura de dominación. Para el Comité de Cineastas de América Latina ya no éramos «una larga lista de películas documentales, de ficción, noticieros y dibujos animados, de imágenes que testimonian, interpretan y acompañan la lucha de los pueblos latinoamericanos, de obras cinematográficas y de millones de metros de celuloide en los que está impresa nuestra historia contemporánea como arma movilizadora y forjadora de conciencia». «También somos —afirmamos— un movimiento de cineastas unidos y comprometidos en esta lucha, y en nuestras filas se han conocido la persecución, el exilio, la cárcel, la tortura y la muerte».
   Que sea breve el recuento, pero de orgullo combatiente, también pudiera ser estimable argumento para un documental.
   Por Viña (1967, 1969), por Mérida (1968, 1977) y Caracas (1974), por la vigencia ideológica del comité, la solidez de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, la ebullición permanente de la EICTV, por nosotros, el cine, esta convocatoria al primer encuentro de documentalistas, siglo xx (Caracas, noviembre de 2008); documentalistas de ayer y hoy, realizadores del presente, con carga nueva y visor remozado, como corresponde a la joven guardia.
   El porvenir nos espera. ¡Qué sea nuestra la impaciencia!


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Edmundo Aray (Maracay, 1936). Cuentista, poeta, investigador, director, editor, cineasta y ensayista. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, árabe, japonés e italiano. Es fundador del Comité de Cineastas de América Latina, Miembro Fundador de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y de sus Consejos Superior y Directivo. Fue Director General de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, entre los años 2000 y 2002. También dirige la filial de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, Capítulo Mérida, y ha sido promotor de diversas publicaciones relacionadas con el nuevo cine latinoamericano.