“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

NOTICIA
  • Portada de Amores Contrariados de María Lourdes Cortés


    Mi mejor anécdota con Gabo
    Por María Lourdes Cortés

    La primera vez que lo vi, en Cartagena de Indias, sus plateados rizos me asombraron: estaba frente al escritor vivo más importante del siglo XX. Cuando le hablé, me encontré casi paralizada por la admiración. Años después, en el festival de cine de Biarritz, no sé qué mosco me picó pero, aunque trabajaba como diplomática, me porté como si me enfrentara a los Beatles en pleno. ¡Qué vergüenza!

    Me quité los tacones y empecé a correr entre escaleras y corredores hasta que lo pesqué a la salida de un ascensor. Yo andaba con un ejemplar deshojado de la perfecta maquinaria de relojería que es la muerte de Santiago Nasar: estaba analizando Crónica de una muerte anunciada –novela y filme– para mi tesis de doctorado. Logré el autógrafo, una firma sin mucho entusiasmo, lo admito. Pero da igual, no soy muy fetichista con los autógrafos.

    Mi mejor momento con Gabo fue en La Habana, quizá el lugar donde se siente más cómodo ya que es su casa sin las presiones del “mundo exterior”. Fue con motivo del XX aniversario de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que él mismo había creado, y Gabo presentó la segunda película de su hijo Rodrigo, Nueve vidas.

    La sala estaba repleta de sus amigos de aventuras cinematográficas: Fernando Birri, Julio García Espinoza, Pedro Rivera, Edmundo Aray, Orlando Senna, grosso modo, la crema y nata de lo que se llamó hace 40 años el nuevo cine latinoamericano. Además, se hallaban algunos alumnos de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba, que García Márquez también había creado.

    Yo era una recién llegada. ¡Pero estaba ahí! Como a los 15 minutos de proyección, miré hacia atrás –siempre lo hago para ver la reacción de los espectadores– y lo vi. Estaba de pie, rígido, evidentemente nervioso, pero era Gabriel García Márquez el padre, no el escritor, ni el personaje, cuya máscara tiene que ponerse todos los días antes de salir de su casa. Simplemente un hombre frente a la obra de su hijo.

    Vio las dos horas del filme situado en la parte posterior de la sala de cine. Al final, todavía nervioso, aguardó la reacción de sus amigos cineastas.

    Un rato más tarde, a punto de marcharse, yo estaba con un par de jóvenes y lo veíamos con esa admiración boba con la que se mira a los cantantes en la adolescencia. “No se pega”, le dije a los chicos, “con tocarlo el talento no se pega”. Nos reímos… ya no estábamos en la edad de pedir autógrafos.

    Así es, pensé, o le decís algo inteligente o mejor ni te le acercás. Y de pronto me acordé que tenía que decirle algo que podía interesarle. Di dos pasos y le dije: “Soy amiga de Hilda Hidalgo, la directora de Del amor y otros demonios. Quería contarle que ya consiguieron $200.000 dólares en Costa Rica y que, además, ganaron el fondo Proimágenes en Movimiento en Colombia”.

    “¿Y por qué no me lo han dicho?”, me contestó, intrigado, tomándome del brazo. “Bueno, porque usted no es tan importante”, le dije riéndome. Se me acercó más, visiblemente tranquilo, contento, y dijo para sí: “Entonces, va a salir la película”. “Creo que filman el próximo año”, le dije, “ya tienen tres versiones del guion y va por buen camino”.
    De pronto se detuvo y sorpresivamente me confesó: “Estaba tan nervioso que vi toda la película de pie”. “Me di cuenta”, le dije, “pero no tiene de qué preocuparse, Rodrigo García es un tronco de cineasta”. “¿A quién habrá heredado?”, me preguntó orgulloso. “A Mercedes, seguro”, le contesté, “lo de buen narrador es suyo, pero el ojo debe ser de la madre”. “No hay una línea mía en esta película. La vi terminada”, me confirmo. “Lo sé, creo que no tendría gracia tener éxito por ser hijo de papá y Rodrigo García es un cineasta por mérito propio”.

    Me dio un beso en la mejilla, se montó en el auto y se fue.

    Lo he visto muchas veces más, pero salvo para saludarlo no me le he acercado, casi no le volví a hablar. Quería que la magia de ese momento de intimidad quedara suspendida para lo que me faltara de vida. Esa sensación en el brazo cuando me tomó para compartir el sentimiento más profundo en la vida: el amor por su hijo.


    (Fuente: LA PANTALLA MÁGICA. Columna de María Lourdes Cortés. Suplemento 116)


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