“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ARTICULO
  • Una lectura ética o estética
    Por Patricia Kaiser

    La fama y polémica de esta película, no comienza el 6 de octubre (fecha de su estreno en el interior), ni el 13 de octubre de 1999 (fecha de su estreno en Caracas). No, la historia de Huelepega, se inicia el 16 de septiembre de 1997, cuando la entonces presidenta del Instituto Nacional del Menor (INAM) Nancy Montero, manda a suspender el rodaje, en su tercera semana de producción. Las razones aducidas, 'la protección intelectual de los menores que intervienen en la película" y el análisis de los personajes descritos por el guión, con la finalidad de ver cómo éstos podrían afectar a los niños que deben interpretarlos. (El Universal, 17 y 18/09/1997)

    Luego de un tiempo de espera, en que ambas partes esgrimen argumentos a su favor, el rodaje de la película se termina y el INAM no puede más que aceptar la exhibición de Huelepega no sólo en las carteleras venezolanas, y sino más allá de la fronteras. Acompañando incluso, a la delegación venezolana que se hizo presente, en el Festival del Cine y Culturas de América Latina de Biarritz, en donde la actual presidenta del instituto Nancy Pérez Sierra, no perdió la oportunidad de hacer suyo ese éxito: ''Hice que el filme pudiese hacerse y pudiese ser divulgado'', porque ''para cambiar la realidad es preciso conocerla''. (El Universal, 01/10/1999)

    El hecho de la suspención temporal del rodaje, revela al menos, una postura. Aquella que intenta callar y ocultar la verdad: que nuestro país tiene un alto porcentaje de pobreza crítica (67,2% en este año, según cifras reveladas en el simposio Pobre País Pobre -ver El Universal, 30/10/1999); que año tras año, aumenta el desempleo; que año tras año desciende el poder adquisitivo del venezolano y por ende el consumo de alimentos, lo que a su vez produce una alta desnutrición, que causa deficiencias en la conformación física e intelectual de nuestros futuros ciudadanos. Y esto produce (no como condición suficiente, pero sí como condición necesaria) ese estilo de vida que llamamos marginal, y que caracteriza a gran parte de la población urbana, y donde impera, como reza el subtítulo de la película, la ley de la calle.

    Pero claro, a nadie le gusta ver las cosas feas, porque como bien nos mintió Begnini, muchos creen que la Vida es bella. A otros simplemente les parece, que para qué ir al cine a ver personas y hechos, que con solo pasear por en el centro, ya se están. Para todos ellos, el cine es la fábrica de los sueños, aquello donde nos abandonamos en un mundo de fantasía, para olvidar nuestra terrible realidad.

    Y ese es el precio que deben de pagar Novoa y Schneider: el repudio de organismos que se supone, están a favor de la superación de estos males; el repudio de la crítica cinematográfica, para quien el cine venezolano siempre ha sido policías, putas y malandros; el repudio de los estetas, para quienes nuestro cine es feo; y el repudio de todos aquellos intelectuales de pasillo, quienes resumen todas las actitudes anteriores, por carecer de un argumento propio.

    Sin embargo, han ganado algo que muy pocos poseen, la admiración y agradecimiento del público que abarrota las salas. Las identificación de muchos, con más de uno de los personajes protagónicos. Y sobre todo, el reconocimiento de que somos así, de que más allá de los bellos jardines de las urbanizaciones del sureste caraqueño, hay otras montañas que levantan, no el verde de la naturaleza, sino el rojo y plata de los ladrillos y el zinc.

    Pero volvamos atrás al momento en que Huelepega gana el subsidio. ¿Acaso el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) no es un ente del Estado, que conoce las reglamentaciones que le competen? Huelepega no es la primera película protagonizada por niños (véase Simplicio, Pequeña Revancha, En Sabana Grande siempre es de día, Menudo, Operación Chocolate, y un largo etc.) ¿Acaso no hay cantidad de menores trabajando en la televisión venezolana? Entonces, ¿tiene el Estado una verdadera política hacia los infantes, o cada uno de sus institutos tiene políticas particulares, aisladas? ¿Fue este caso, una cooperación mal llevada entre dos entes del gobierno, o un acto de censura? ¿Cómo se explica que una gestión detuviera un rodaje, y la gestión siguiente lo promoviera? ¿Cuál es la postura del CNAC en estos casos, ante la posibilidad de la pérdida de millones de bolívares pertenecientes al Estado y que éste a duras penas, destina para filmar?

    Todas estas preguntas, importantes porque atañen a las políticas del Estado (tanto las relativas al menor, como las propias del sector cultural y las relacionadas con la libertad de expresión) adquieren múltiples y posibles respuestas luego de ver la película. Y esa es una de las riquezas de Huelepega, que trasciende la pantalla, que su esfera de acción no es sólo la cinematográfica, sino la social.

    Sin embargo, Sicario y Huelepega no son fenómenos aislados en el cine venezolano. Y mucho menos en el cine internacional. Ambas películas tienen grandes deudas con la historia del séptimo arte.

    Primero con el Neorrealismo Italiano, movimiento surgido en la postguerra y en el que participaron directores de la talla de Luchino Visconti, Roberto Rosselini, y Vittorio de Sica, y cuyo postulado (que hoy puede leerse en los ensayos de André Bazin y Guido Aristarco) es el mayor apego a la realidad, apoyándose en un verismo documental. Actores no profesionales, salidos de los escenarios naturales donde se desarrolla la acción; ausencia de dirección de arte; guión estructurado con base en diálogos sencillos; iluminación naturalista; abandono de toda clase de artificios; y un uso del montaje objetivo. La temática, retratar las vicisitudes del pueblo italiano, una vez culminada la guerra.

    Como puede verse, las similitudes son enormes. En especial, en ese toque documentalista con el que Schneider se acerca a sus personajes y a los lugares donde habitan. Recuérdese la escena del entierro de la novia del Mocho (Gladiuska Acosta). Hasta el momento de la balacera final, la cámara se pasea entre los dolientes, con una mirada objetiva, libre de prejuicio y de sanción moral.

    Pero no sólo con los italianos está en deuda Schneider. También debe agradecerle a ese otro paria del cine venezolano: Clemente de la Cerda. En especial a Soy un delincuente. Ambos directores presentan el mundo de las barriadas caraqueñas, no sólo para mostrar su fachada, o sus moradores; sino también para mostrar su lógica de funcionamiento. Para decirnos que la reproducción de ese modo de vida, corre por cuenta de las llamadas instituciones pilares de la sociedad: la familia, el barrio (como reunión de vecinos y promotor de una gestión propia), la justicia (representada por el retén de menores en Huelepega y por los calabozos de la PTJ en Soy un delincuente), la policía (quienes mantienen la estabilidad de dicho estilo de vida) y los amigos (como grupo de referencia de todo adolescente). Lo que nos dicen ambas películas, es que no sólo la marginalidad está allí (o allá como algunos quisieran); sino que es gracias a la misma sociedad, que ese estilo de vida se reproduce.

    Tómese como ejemplo, el rol desempeñado por las madres en ambas películas. En Soy un delincuente, la madre es la promotora de las actitudes delictivas del protagonista, al esconderlo, o respaldar sus salidas de la policía. En Huelepega, la ausencia de la figura femenina, y la sumisión de la mujer ante el marido, es la que propicia el abandono forzado del hogar por Oliver. Y en ambos casos, las familias aceptan que la única salida para sobrevivir económicamente, es el dinero de dudosa procedencia, que ambos niños suministran.

    O el caso de los clanes o patotas, instituciones que se basan en la solidaridad para con sus miembros, proporcionándoles seguridad, la posibilidad de ascenso dentro de la organización, dinero fácil y fama. Valores todos, que son promovidos por más de una organización civil o privada (como los grupos deportivos o artísticos, o las grandes empresas corporativas), y que para jóvenes como el Chino, son más importantes que un empleo o que la familia. Porque el problema que subyace es una gran debilitación de las instituciones, que ha provocado que los roles en antaño asumidos por ellas, se hayan traspasado a otro tipo de organizaciones, que encuentran su fundamentación práctica en viejos y desusados discursos. Como bien acotó Monseñor Baltazar Porras, presidente del Episcopado: "La historia venezolana ha estado plagada de experiencias negativas en las que el mal funcionamiento de las instituciones nos lleva a desconocerlas y apartarlas. Y arrastramos una cultura de debilidad institucional que atenta contra cualquier cambio serio y profundo". (El Nacional 31/10/1999) Y ahí está el quid del asunto, en una gran transposición de valores, que borró la distinción entre bien y mal, correcto e incorrecto; pero que luego clama por justicia en nombre de una moral. Gran paradoja de la sociedad venezolana.

    Sin embargo, hay que reconocer que la película presenta algunos problemas de realización. El montaje es deficiente y no brinda soluciones formales -más allá del corte franco- que permitan darle ritmo a las escenas (en especial en un filme donde la acción y las balaceras son tan importantes). La narración abusa de la voz en off del Oliver, personaje principal quien nos cuenta la historia y nos transmite sus sistema de valores. Es un buen recurso dramático, que debido a su exceso, cansa al espectador y se vuelve monótono. Los desniveles actorales, entre un Pedro Lander, por ejemplo, y el cuerpo de jóvenes protagonistas, es abrumador. Y aún cuando beneficia a estos noveles talentos, crea tensión en el desenvolvimiento de las escenas. Pero lo realmente importante, es que más allá de estos errores, la película se sostiene, gracias a una gran temática.

    En fin, para aquellos que sueñan con un lenguaje propio del cine venezolano, y que lo buscan incesablemente en libros y en películas extranjeras, Huelepega (y Sicario y todo Clemente), nos recuerda que la verdad está afuera, en las calles de nuestra ciudad. Y lamentablemente ellas están llenas de policías, putas, ladrones, niños abandonados y demás marginados sociales. El hecho de reconocerles un sitio en nuestras pantallas, ya es un paso. Pero no el último.


    (Fuente: Analitica.com)



    Más información en: www.analitica.com


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