“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • El Compromiso, con una impronta de testimonio muy personal
    Por Raciel del Toro

    En medio de toda la parafernalia promocional de las producciones clase A estadounidenses, una película costarricense ha logrado insertarse en las salas de cine comerciales, aunque su intención final no sea precisamente el del arte como negocio, sino algo espiritualmente más elevado que el comercio. Entre las peripecias animadas de Río y los efectismos mitológicos de Thor, que arrasan en taquilla, El Compromiso, un drama dirigido por Óscar Castillo, reflexiona en torno a las secuelas emocionales que, al paso de los años, quedan en algunos hombres tras vivir las dictaduras y las luchas revolucionarias en América Latina.

    Federico y Germán son viejos amigos que se conocen desde la juventud, cuando eran dos soñadores guerrilleros que luchaban por el bien común. Federico devino director de spots publicitarios, desencantado de la vida y de su profesión, mientras Germán se refugia en el arte, pintando cuadros de gran formato que perpetúan a su esposa fallecida y una utopía política que nunca cuajó. El niño Daniel es el eje que define la vida de ambos hombres.

    El Compromiso cuenta una historia profundamente humana, centrada en los pequeños detalles de la cotidianidad y en las relaciones interpersonales, sin ínfulas de grandeza ni voluntad de exponer axiomas absolutos.

    El más certero acierto del filme estriba en el tema: necesario, urgente, menos abordado en el cine de ficción latinoamericano, porque si bien las industrias cinematográficas de Brasil, Chile, Argentina —sobre todo la argentina— han vuelto una y otra vez sobre narraciones ambientadas en las dictaduras de las décadas de 1970 y 1980 y sus consecuencias más inmediatas, son poquísimas las historias de protagonistas que, en el tiempo presente, se cuestionen aquellos años, se pregunten a dónde fueron a parar las ideas por las que lucharon y sangraron.

    Mientras Europa tiende a la derecha, ha habido un despunte de la izquierda en América Latina (Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, José Mujica en Uruguay). Sin embargo, el antaño ejemplo de Cuba hoy es una interrogante, cuando no un fantasma que resurge y desaparece de los medios de comunicación, y la imagen latinoamericanista del Che Guevara ha sido relegada a la famosa fotografía de Alberto Korda, como ícono de camisetas y como símbolo de la utopía, pero de la utopía no lograda. Aquellos que ya eran adultos durante las dictaduras, que las combatieron o las sufrieron, hoy peinan canas, y la película habla de la necesidad de que esos protagonistas transmitan lo que sienten y compartan su voz, de que la izquierda en Latinoamérica no se vea como cabezas nuevas que se adhieren a la palestra política internacional, sino como un proceso histórico que ha evolucionado en espiral, con ascensos y descensos, y que ha sido fraguado por individuos comunes, no estatuas de bronce.

    Desde el punto de vista narrativo, Óscar Castillo arma un diálogo entre dos historias que se relatan de manera paralela. La narración principal (la diégesis) la protagonizan los entrecruzamientos en las vidas de Federico, Germán y Daniel, que desembocan en un final providencial. La segunda historia es una ficción dentro de la ficción, en tanto cuenta el guión de una película que Federico ansía dirigir desde hace mucho tiempo, pero no encuentra financiación para ello, pues los productores no están interesados en una historia de amor entre una líder guerrillera y un médico.

    El_Compromiso_2Los saltos armónicos de un relato a otro garantizan la comprensión del texto fílmico y exigen, de manera favorable, la intervención del espectador en la construcción de la historia —su propia historia—, según el grado de identificación y las experiencias de cada cual. Sin embargo, lo que podía resultar una zona feliz de la película, termina conspirando contra ella, cuando la historia de los guerrilleros —que se supone secundaria—, adquiere más interés que la narración principal, gracias al buen manejo de los flash backs, el suspenso bien reforzado por los silencios y la música compuesta por Adrián Goizueta, la intensidad en el contraste que provoca el blanco y negro y, además, las más logradas actuaciones del uruguayo Fabián Sales y la costarricense Beatriz Brenes, con más matices que el argentino Rubén Pagura (Federico) o el chileno Rodrigo Durán (Germán).

    La historia principal se ve menoscabada por lagunas en el montaje fílmico, sobre todo en escenas innecesariamente extensas, como cuando el médico imparte instrucciones demasiado detalladas a las enfermeras para intentar revivir a Germán de un paro cardíaco, o cuando Federico otea las luces de la ciudad desde los cristales del apartamento de Patricia (Silvia Rojas) y los segundos transcurren sin más, sin acción dramática. Ello determina que el ritmo de la película se torne lento por momentos, sin justificación aparente, lo cual provoca un empantanamiento de la narración. 

    Por otra parte, se agradece la proyección, de manera sutil, de varios guiños simbólicos a lo largo de la película: la analogía entre el guarda del bar y el individuo fuerte de la guerrilla, la misma persona, el mismo carácter resuelto en dos épocas y circunstancias distintas, en referencia a que ese tipo de hombres, otrora luchadores por la justicia, han quedado para echar molestos borrachines a la calle; el vagabundo con aspecto de guerrillero, que mira fijamente a Federico y le provoca una expresión de nostalgia, de resignación; y el mayor símbolo es el personaje del niño Daniel (Josué Peña), quien representa la esperanza, la confianza en las nuevas generaciones.

    No obstante, varios lugares comunes perturban el delineamiento de los personajes: el desnudo innecesario de Rocío Carranza, el gay grotescamente afeminado, el pijama rosado de lentejuelas sobre la anatomía de Federico, que inquiere la risa fácil. Los estereotipos funcionales en la comedia se advierten fuera de lugar en el drama.

    Otros aspectos favorables de El Compromiso son la dirección de fotografía, a cargo del español Antonio Cuevas, y la ya mencionada composición musical del argentino Adrián Goizueta.

    El compromiso de Óscar Catillo, así como reza el título de su película, es dual: por una parte, el filme significa el compromiso con sus ideales; es una obra hecha desde las tripas, el pecho, las venas, con una impronta de testimonio muy personal, con deseos explícitos de entregar un legado fílmico y moral para los jóvenes latinoamericanos; y por otro lado, representa el compromiso que debe tener todo cineasta de contar una historia, e intentar hacerlo con arte, con sutileza, sin discursos panfletarios ni esteticismos inocuos; el compromiso de seguir haciendo cine a toda costa.



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