Cuando a finales de los años ochenta, Carlos Sorín (1944) había realizado sólo dos largometrajes de ficción, ya se contaba como uno de los realizadores más importantes y renovadores del cine latinoamericano. Coguionista de casi todos sus proyectos y fotógrafo en la primera etapa de su carrera, (desde finales de los años sesenta hasta principios de los setenta) Sorín estudió cine en la Universidad Nacional de La Plata y entró en la industria como asistente de Alberto Fischerman, pero derivó luego hacia la publicidad en cine y televisión, que le ha permitido sostener económicamente su nada prolija carrera de autor a la francesa.
Historia de un visionario francés del siglo XIX, que intentó proclamarse rey de la Patagonia, y paralelamente el recuento del desesperado intento de un joven cineasta por realizar un filme de época sobre aquel enloquecido personaje, La película del rey (1986) ha sido uno de las obras más poderosas del cine dentro del cine que se hayan realizado en español. Premiada en el selectivo Festival de Venecia, con el galardón a la mejor ópera prima, la obra se transformó en filme de culto, que apenas recuperó en taquilla su costo, pero que ilustró con inusitada fuerza y profundidad las dificultades para hacer cine en estas tierras.
Ganadora del premio Goya a la mejor película extranjera de habla hispana, del Primer Premio Coral en La Habana, Cóndor de Plata, que entrega la Asociación de Críticos Cinematográficos de Argentina, en las categorías de mejor ópera prima, guión original, actor revelación, actrices de reparto, La película del rey confirmó la existencia de un poderoso cine argentino en el periodo de la recién instaurada democracia, que encabezaban Fernando Solanas, María Luisa Bemberg, Eliseo Subiela, Juan José Jusid, Luis Puenzo y, sin dudas, Carlos Sorín.
Con la dulce miel de la consagración en la boca, acometió su segunda obra, Eversmile New Jersey (1989), una coproducción entre Argentina y Gran Bretaña, que logró instrumentarse gracias al protagonismo de Daniel Day Lewis, el intérprete del principal personaje, un dentista y misionario irlandés que parte a la Patagonia a imponer su prédica en aquellos páramos. El filme fue considerado fallido, por el poco público que lo vio, por la prensa e incluso por el mismo director, de modo que se abstendría, durante más de una década, de realizar largometrajes de ficción, debido al seguro refugio que le proporcionaba la publicidad, y por la frustración que le ocasionó la pobre acogida de Eterna sonrisa de New Jersey.
Historias mínimas (2002) fue realizada luego de que Sorín analizara decenas de proyectos para darle continuidad a su exigua cinematografía. El filme le representó una suerte de segundo aire en su carrera. Con una estructura de producción atípica, evadida de las camisas de fuerza industriales, notable sencillez argumental, un equipo de producción muy básico, y con actores mayormente no profesionales, se realizaron tanto la muy elogiada y multipremiada road movie que fue Historias mínimas, como la posterior Bombón el perro (2004), minimalista mixtura de documental y ficción que también se ambienta en la Patagonia, como la mayoría de sus filmes, y que nuevamente recurre al tono agridulce, tragicómico, entre el drama social y la comedia de costumbres, que tan excelentemente maneja el realizador.