ENTREVISTA



  • Claudia Llosa: "Mis personajes se niegan a ser víctimas"
    Por Isabel Navarro


    Con La teta asustada conquistó el Oso de Berlín. Ahora vuelve con No llores, vuela, la historia de una madre sola, donde el hielo se convierte en la gran metáfora de nuestra fragilidad. En medio de la nada, un grupo de personas, que lo han dejado todo atrás, hacen cola para coger una piedra. Entre ellas, una madre y sus dos hijos con un halcón. ¿Qué hacen allí? ¿A qué esperan? La madre no tiene fe, pero uno de sus hijos está enfermo y a ella le mueve la desesperación. Esa es la primera y poderosa escena de No llores, vuela (ya en cines) protagonizada por Jennifer Connelly, Cyllan Murphy y Melanie Laurent, que es el tercer trabajo de la directora Claudia Llosa.

    Una creadora peruana, afincada desde hace 10 años en Barcelona, que logró con su anterior trabajo, La teta asustada, una nominación a los Oscar a mejor película extranjera y el Oso de Oro en el Festival de cine de Berlín.

    ¿De dónde nace 'No llores, vuela'?
    Cuando tenía seis o siete años, mi familia y yo subimos al Pastoruri, una montaña en la sierra de Perú, a unos 5 000 metros. Era la primera vez que veía la nieve, me puse a explorar buscando una estalactita y me caí en una lagunita de hielo pero, por suerte, mi hermana me sacó. Nos tuvieron que bajar en burro y fue toda una experiencia, con desmayo incluido, que a mí me dejó marcada. En mi película quería que hubiera dos hermanos solos, ayudándose en la naturaleza, en medio de la nada, pero desde su lugar más instintivo e infantil. A partir de ahí, toda la historia fue construyéndose.

    El paisaje helado es parte fundamental de la atmósfera angustiosa de la película.
    En los horizontes inmensos, el ser humano no tiene donde esconderse, está a la intemperie. Para mí, los paisajes agrestes forman parte de la psicología del personaje. Tienen que ver con ese ser humano alejado de las grandes urbes, que no encuentra refugio en las instituciones ni en la ciencia, porque la modernidad no ha sabido acogerlo.

    Todos los críticos coinciden en considerar su estilo como poético.
    De niña escribía poesía, pero como sufría dislexia, lo que hacía era dictarle los textos a la persona que trabajaba en mi casa, que ha sido una parte muy importante de mi vida y es andina. Yo necesitaba escribir sin saber escribir. Me costaba la vida, pero ella me ayudaba, y fue la que me adentró en ese imaginario andino, que es muy rico a nivel poético, y que incluso admite el tratamiento de la metáfora de una manera realista.

    ¿Superó la diselexia o sigue con ella?
    La dislexia nunca se supera, forma parte de ti en todo el aprendizaje y ha marcado mi vida académica. A cambio, se desarrolla mucho tu aspecto visual y trabajas en otros caminos para llegar al mismo punto. Nunca lo he vivido como algo negativo.

    Jennifer Connelly es el corazón de No llores, vuela y está magnífica. ¿En qué momento entró en el proyecto?
    Sacar esta película adelante ha sido dificilísimo. En el medio de la nada, viajando con un montón de camiones... Si lo hemos conseguido ha sido por un amor desmesurado al arte y al cine. Ella se enamoró de la historia y se puso a capitanearla y a tirar del proyecto, ayudándonos incluso con la
    financiación. Sin Jennifer esta película no existiría y se habría quedado en el papel.

    ¿Fue fácil convencerla?
    Para mí era muy importante encontrar a Nana, la protagonista, porque el resto de personajes tenían que ser un reflejo de ella, por parecido físico o por edad. Al final, fue Mark Johnson, mi productor americano, que es también el de Breaking bad, quien le hizo llegar el guion. Una semana después quedamos para hablar del personaje media hora, que se convirtieron en cuatro. Conectamos. Y, a partir de ese momento, todo lo que había estado atascado empezó a fluir.

    ¿Ella le aportó al personaje cosas que no estaban en guion?
    Trabajamos mucho el final de Nana, su vejez, y hablamos con mujeres filósofas y artistas mayores para tratar de conseguir la sensación oral y física que queríamos transmitir. A Jennifer le daba mucho miedo que el envejecimiento no fuera realista y se dedicaba a trabajar horas con Mike, el maquillador, con una minuciosidad extrema.

    ¿Cree que hubiera sido capaz de crear un personaje como Nana si no fuera madre?
    La madre siempre ha estado muy presente en mi obra. La madre ausente en Madeinusa, que decide emigrar y deja a las hijas con el padre para poder sobrevivir; la madre protectora en La teta asustada, que lo da todo; y de nuevo en No llores, vuela una madre individualista que lo que quiere es que sus hijos encuentren su propio camino y que les dice constantemente: "Tú puedes solo". No sé hasta qué punto me ha marcado el hecho de haber sido madre, pero sí es cierto que ahora estoy mucho más en el punto de vista de la madre que en el de la hija.

    En los libros de memorias es mucho más habitual encontrar relatos desde el punto de vista de la hija, que se queja...
    Se escribe más desde el punto de vista del hijo porque la sociedad premia la victimización. Pero para hacerte fuerte, tienes que renunciar a la victimización. Por eso ninguno de mis personajes son víctimas, a pesar de lo duro de sus vidas.

    ¿Lo peor que puede hacer una madre es abandonar a su hijo?
    Intento a toda costa no juzgar a mis personajes. No me importa si sus decisiones son correctas o incorrectas, sino cómo se enfrentan a las consecuencias. Para mí, Nana es la mejor madre que puede ser.

    Está volcada en sus hijos, pero la vida la supera y toma decisiones con un afán de superviviencia muy primitivo. Ella es como un halcón, ve desde muy lejos, viaja muy alto, pero un niño necesita la presencia, la constancia, la cercanía...

    Al hombre nunca se le han cuestionado sus ausencias.
    El hombre se iba a la guerra y se le recibía con vítores; y a la mujer nadie le daba la opción ni de planteárselo. Puede que el personaje de Nana se aleje de nuestra vida en un sentido literal, pero en un sentido profundo creo que muchas mujeres van a crear un vínculo con ella y la van a entender. Aunque entender no significa justificar. Esa es una de las grandes preguntas del perdón que atraviesan la película: ¿si perdono justifico? Y yo creo que no, que son cosas muy distintas. Pero también: ¿qué es más sanador? ¿Perdonar o ser perdonado?

    ¿Nana tiene el poder de curar?
    Es algo que nunca se llega a aclarar, porque no es lo relevante. Para mí, lo importante es cómo las creencias y los mitos ayudan a los seres humanos a sobrevivir. La película no pretende en lo más mínimo decir que la imposición de manos funciona. ¿De qué habla esa necesidad? La gente acude a lo místico cuando no encuentra ayuda en la ciencia y las instituciones, cuando está sola.

    En estos elementos, ¿hay alguna influencia del realismo mágico?
    Yo creo que todo latino ha bebido del realismo mágico, pero para mí no es una influencia directa, sobre todo porque construye el relato desde la hipérbole, que es una estrategia totalmente literaria y cero cinematográfica.

    ¿Qué quiere decir?
    Una niña llora y sigue llorando hasta que se hace vieja y llena el cuarto de agua. Eso lo cuentas en un libro y se entiende. Pero en el cine tienes que hacerlo con elipsis [saltos en el tiempo y el espacio] y no se interpreta igual. La hipérbole [la exageración extrema] es inviable en el cine, por eso es tan difícil llevar a la pantalla el realismo mágico. Lo que pasa es que es un género que bebe del realismo latinoamericano, de su verdad, y ahí sí que estamos todos.

    ¿Y Vargas Llosa, su tío, le ha influido?
    Me ha influido, como ha influido a toda mi generación, porque es un autor crucial. Pero no trabajamos los mismos temas y a mí me han marcado otros autores más andinos para hacer mi camino. En realidad, es primo de mi padre y no hay una relación tan directa. Somos una familia muy grande, aunque muy unida, eso no lo voy a negar.

    Un crimen sin nombre
    La teta asustada, su anterior trabajo, encendió el debate en torno a los abusos sexuales que padecieron miles de mujeres en los años 80 y 90 en Perú durante la guerra contra Sendero Luminoso, y las secuelas psicológicas que dejó esa violencia.

    "La película ayudó a que las víctimas empezaran a hablar –cuenta Llosa–, y ha sido muy importante para la reconciliación nacional".

    70 000 personas murieron en el conflicto, pero no hay cifras de las violaciones: "Uno de los problemas –dice la directora– tiene que ver con que en el quechua no existe la palabra violación, así que muchas denuncias eran pasadas por alto porque ellas no eran capaces de nombrar lo que les había ocurrido".

    (Fuente: mujerhoy.com)


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