CRÍTICA



  • Crónica del Monstruo de los Andes
    Por Pablo del Moral


    Vagamente basada en el tristemente célebre caso del Monstruo de los Andes, la película Crónicas pinta un devastador cuadro de intereses creados, deshonestidad periodística y desmedida ambición. Y si bien podría interpretarse como una denuncia de los medios de comunicación actuales, creo que su genuino valor dramático está en sus personajes y en las complejas relaciones que hay entre ellos.

    Al principio de la película encontramos al audaz reportero Manolo Bonilla (John Leguizamo), a su productora Marisa (Leonor Watling) y a su cámara Iván (José María Yazpik) haciendo un reportaje para un escandaloso programa pseudo-noticioso llamado "Una hora con la verdad". Luego de años de actividad, el asesino y violador de niños conocido como El Monstruo De Babahoyo sigue libre en Ecuador, y el trío reporta el funeral de las más recientes víctimas. Pero unos momentos después el afable Vinicio Cepeda (Damián Alcázar), vendedor de biblias, atropella accidentalmente a un niño. La multitud enfurecida vuelca su frustración en el hombre e intentan lincharlo. Entonces Manolo interviene y salva la vida del individuo, que posteriormente es encarcelado por el accidente. Así comienza la extraña relación entre ambos. Vinicio quiere que Manolo haga un reportaje acerca de su injusto encierro, pensando que así podrá obtener favor popular y conseguir su libertad. Pero Manolo no está muy interesado, especialmente porque su siguiente trabajo es una importante entrevista en Colombia. Pero Vinicio parece tener algo que ofrecer a cambio... aparentemente él conoce al Monstruo de Babahoyo, y puede aportar datos y detalles que la policía ignora. Manolo queda fascinado y accede a hacer el reportaje sobre el encarcelamiento. Pero eventualmente deberá decidir si sus motivos son genuinamente altruistas o simplemente egoístas.

    El argumento de Crónicas va mucho más lejos, pero no deseo revelar más. Baste decir que se trata de una historia perturbadora y audaz que en cierto modo denuncia la manipulación de los medios de comunicación, pero sin olvidar la culpa de quienes fomentan tal fenómeno: el público mismo.

    No obstante, como dije, a pesar de esa loable intención, encontré más interesante aún la relación entre los personajes. Damián Alcázar hace un excelente trabajo en el difícil papel del vendedor de biblias. Sus entrevistas y declaraciones deben mantenerse en una delgada línea, y el actor lo logra perfectamente bien. John Leguizamo es fantástico como el arrogante pero bien intencionado reportero; su actuación es igualmente interna y externa, presentando de manera creíble el comportamiento de su personaje y a la vez comunicando sin palabras sus pensamientos y emociones. Hace unos meses escribí sobre la cinta Truman Capote y aplaudí la actuación de Philip Seymour Hoffman en esos mismos términos; ahora Leguizamo merece igual aclamación. Sin embargo dudo que la obtenga, al tratarse de una película de mucho menor presupuesto y difusión.

    La guapa Leonor Watling realiza también un buen trabajo como la conciencia del trío. Su personaje no posee aún la desmedida ambición de su colega, por lo que tiene que balancear la difusa ética de la situación con sus morales instintos. El único eslabón un poco débil es José María Yazpik, cuyo constante uso de coloquialismos mexicanos se siente ocasionalmente falso y forzado.

    Filmando en condiciones poco favorables, es notable que el director Sebastián Cordero haya logrado una narrativa tan fluida y asimilable. Su estilo visual es muy natural y afortunadamente se abstiene de excesos estilísticos que podrían haber desmeritado el sobrio tono de la historia.

    Crónicas es una de esas películas que se quedan en la cabeza por mucho tiempo y la aprecio por ello, además de su intención y sus abundantes logros. Funciona muy bien en diferentes niveles, pero a fin de cuentas se trata de una sólida cinta que no teme retar las expectativas del público. Sin duda, es ocasionalmente amarga y dura de tragar, pero el valor de su historia y la fuerza de sus actuaciones la hacen indispensable para todo aficionado al buen cine. En ocasiones me he quejado de los repetitivos y sórdidos temas que últimamente emplea el cine latinoamericano, pero este excelente esfuerzo ecuatoriano-mexicano prueba que el talento real siempre tendrá más relevancia que la simple moda. Esperemos que ocurra más seguido.



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