CRÍTICA

  • El Libertador y su otro yo
    Por Adrián Veaute


    Son muy conocidas las anécdotas que cuentan cómo trata la gente en la calle a algunos actores, de acuerdo al personaje que interpretan por TV en ese momento. En este contacto directo, ficción y realidad se confunden, lo que lleva a que algunas personas feliciten, abucheen o, en casos más extremos, lleguen a agredir físicamente al actor que interpreta ese papel que el público sigue en la tira diaria. Algo de esto sucede en Bolívar soy yo, una comedia colombiana que mezcla un poco de sátira histórica con una parodia del clásico melodrama de telenovelas.

    Santiago Miranda es un actor que interpreta al prócer latinoamericano Simón Bolívar en la telenovela Los amores del libertador, que hace uso de las leyendas amorosas del personaje histórico para construir un típico melodrama televisivo. Sin embargo, Santiago no está de acuerdo con el rumbo que los guionistas le están dando a su personaje, por lo que decide abandonar la filmación cuando tiene que representar su muerte, que nada tiene que ver con lo que sucedió en realidad.

    Es que este actor es un ser especial. Como si apelara al método de actuación stanislavskiano para componer su papel, a través del cual se insiste en la fuerte identificación psicológica con el personaje, él no interpreta a Bolívar; él cree ser esta persona histórica. Pero Santiago no es el único responsable de todo esto ya que, además de creerse el libertador, la gente lo trata como si realmente fuera la reencarnación de Bolívar, como el símbolo de todo lo bueno que representa la Nación. El verdadero problema comienza cuando el actor, enajenado en su personaje, quiere conseguir aquellos sueños libertarios que el prócer no pudo realizar (como el proyecto de La Gran Colombia del que surgiría una auténtica hermandad latinoamericana), lo que lo lleva a secuestrar al presidente colombiano.
    Santiago vive en un permanente corrimiento, puesto que entre y sale de su personaje, haciendo que los demás no sepan cuándo habla él o su personaje. De eso se trata. El actor no sólo representa dramáticamente a Bolívar, sino que también representa desde lo simbólico el espíritu libertario de todo un pueblo que no se resigna, aun en la actualidad, a morir bajo la dependencia del colonialismo. Como una suerte de espejo, las imágenes se duplican, mostrando sus dobles. Pasado y presente convergen hasta hacerse casi una sola cosa: la lucha contra el imperio (España, EEUU), los traidores internos (los de ayer, los de hoy), los sueños de libertad e independencia (política antes, económica hoy), etc.

    Indudablemente hay un plus semántico en Bolívar soy yo que excede ese tono cómico permanente que parece burlarse del pasado histórico colombiano. Tras el humor del film, que sabe jugar elegantemente con la distancia histórica, se esconde el sentido latente de lo que viven los pueblos latinoamericanos en la actualidad, que hace que Bolívar no parezca en lo más mínimo un personaje anacrónico. Tal vez América Latina no se haya liberado del todo, como alguna vez pensamos, o quizás hayan cambiado sólo los colonizadores. Como se ve, la historia casi siempre es la misma, se repite cíclicamente, como una proyección cinematográfica.


    (Fuente: www.otrocampo.com)


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