Nace en Altamira, República Dominicana, en 1942. Cuando dirige Un pasaje de ida (1988), el balance productivo del cine dominicano en los tres cuartos de siglo transcurridos desde la llegada del cine al país dejaba mucho que desear, con apenas tres obras, desiguales y primitivas, rodadas hasta entonces: los filmes silentes del pionero Francisco Arturo Palau, La aparición de Nuestra Señora de la Altagracia (1922) y Las emboscadas de Cupido (1924), a los cuales siguió, casi cuarenta años después, el mediometraje La silla, de Franklin Domínguez (1963), rodado en plena efervescencia postrujillista.
Hacia mediados de los setenta, Meléndez había estudiado cine durante dos años en la Universidad de Nueva York. De vuelta a su país, realizó muy pronto un cortometraje (El hijo, 1979) y algunos años después le dedicó un documental al malogrado pintor Gilberto Hernández (El mundo mágico de Gilberto Hernández, 1983), acerca del cual el crítico José Luis Sáez apuntó que «pertenece, como tantas obras apresuradas y hasta abortadas, a un intento sincero por hacer cine en Santo Domingo y sobre temas dominicanos». Meléndez, sin embargo, se vio comprometido por aquellos años en la gestión y dirección de instituciones culturales como la Cinemateca Nacional (que fundara en 1979, y a la cual volvería del 2001 al 2004), Radio y Televisión Dominicana (1983-1984) y el Festival de Cultura (1984-1986), además de desempeñarse como asesor del Presidente de la República en la esfera cultural. No obstante, hacia 1986 su determinación por hacer cine lo empuja a invertir hasta el último centavo de su capital –llegando a hipotecar sus bienes y pedir préstamos a amigos y familiares–, para sacar adelante la producción de su nuevo proyecto, Un pasaje de ida.
Basada en la tragedia del carguero Regina Express, donde perdieron la vida veintidós polizontes de ambos sexos que se proponían viajar clandestinamente a Nueva York, y murieron ahogados en una bodega de lastre de la nave antes de que esta zarpase, la cinta se propuso indagar en las motivaciones de la emigración masiva hacia Estados Unidos, las fracturas familiares que ocasiona y los problemas enfrentados por los inmigrantes. Filmada totalmente en el país, con actores y técnicos nacionales, fue vista por cerca de cien mil personas en Santo Domingo a raíz de su estreno. Adelantándose a un tema que en la década siguiente ocuparía un lugar significativo en la filmografía latinoamericana, el relato de Meléndez –a pesar de sus problemas de actuación y una cierta ingenuidad de la puesta en escena– fue seleccionado por cerca de doce festivales, entre los que se incluyen Londres, Washington, New York y Biarritz…, y donde cosechó importantes reconocimientos, como el Premio del Público en Huelva, una mención de OCIC en Cartagena de Indias, y el galardón de Mejor ópera prima en La Habana.
Por si fuera poco, esta modesta película marcó no sólo la mayoría de edad del emergente cine dominicano, sino que tuvo también entre sus participantes a destacados protagonistas del lento pero seguro despegue experimentado por el cine dominicano desde mediados de los noventa hasta la actualidad, como el realizador Pericles Mejía, el actor-director Ángel Muñiz y el fotógrafo Pedro Guzmán Cordero. A lo largo de los años que siguieron a Un pasaje de ida, Meléndez siguió escribiendo guiones que no llegó a filmar, como Lucinda, acerca de las condiciones de vida en el campo dominicano; 1492: La Conquista, sobre el encuentro entre culturas visto desde la perspectiva aborigen, y Testimonio, sobre la dictadura de Rafael Trujillo, durante la cual el propio Meléndez fue perseguido. También en los noventa intervino como productor de la comedia de Pericles Mejía Cuatro hombres y un ataúd (1996). En la actualidad, el director dominicano labora en un nuevo proyecto: Del color de la noche, basado en la vida del líder negro José Francisco Peña Gómez.