“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Las palabras no son el proceso, el proceso es el hacer: Red de cine comunitario de América Latina

    Cuando Joel Sánchez llegó al Barrio Cascajal, en la periferia de Chiapas, a hacer el taller de cine y fotografía para niños con el que viene trabajando desde hace un par de años, no había cámaras con las que filmar. En el Espacio Mati (Madre Tierra), que trabaja en la educación de niños que no van a la escuela, los niñitos lo aguardaban expectantes, con los ojos bien abiertos, como si hubiesen recibido un regalo. “Lo que hacemos es compartir herramientas que tengan en el territorio. Si tienen una cámara en el espacio donde viven, usarla. Si no la tienen, usar otra cosa”. Había que usar otra cosa pues. Echaron mano a una caja de zapatos como cámara estenopeica, la forraron, la manejaron los niños. “Lo que quiero decir es que el cine comunitario va a eso, puedes contar con una cámara o con una caja de zapatos. Estos niños se creyeron totalmente de que esa era su cámara. Hay un proceso que se trabaja en la comunidad que es difícil de resumir en dos o tres palabras: lo que se cuenta desde el hacer, más allá de lo técnico, lo estético o el resultado mismo del taller. Lo que nos interesa es el proceso”.

    Joel viene de Huancavelica, de la parte central de Perú, de la sierra, aunque su tarea ahora se desarrolle principalmente en torno al micro-cine El Centro, en Lima. “Soy parte de una red de micro-cines de Perú, que pertenece al Grupo Chaski, que se inició en los años 80, en Lima. Es un colectivo que llevó el cine a los barrios y le llamó a eso “difusión popular”. En esa época significaba cargar con rollos de 16 milímetros para proyectar en lugares abiertos de los barrios”. Stefan Kaspar, el suizo que fundó este movimiento en Lima, falleció en Colombia en 2013, en un festival de cine comunitario. A su lado estuvo el uruguayo Alejandro Legaspi, refugiado en Perú. En los años 80 se juntaron realizadores que hacían militancia audiovisual y cuando Chaski nació, sus protagonistas ya tenían encima una nutrida práctica de medios libres, aunque no se los conociera con ese nombre en los setenta.

    “Stefan reconoció que se necesitaba tener autonomía, o al menos generar un proceso de difusión propio”. Eso se hace hoy en Perú desde la red de micro-cines: desde las comunidades, trabajando con pedagogía audiovisual, rescatando relatos orales. Cuenta Joel que los micro-cines se encuentran en las tres regiones de Perú, costa, sierra y selva y que por eso los procesos se dan de manera singular en cada región, sobre todo en esas que tienen lenguas propias. “Particularmente el trabajo de Puno me gusta mucho, porque es un colectivo de gente de la comunidad. Entonces lo que relatan desde lo audiovisual es cómo van a sembrar, historias del agua, mucho relato oral ancestral que recrean con un tiempo y un lenguaje muy propios. Trabajar desde el espacio es lo que nos diferencia del cine hegemónico”.

    Joel marca 2013 como el momento en que las decenas de colectivos que venían trabajando en torno a estas prácticas hace buen tiempo (la mayoría nacieron en los 80), empezaron a unirse y a desbordar fronteras. “Estamos generando desde la práctica una red latinoamericana de cine comunitario, trabajando en torno a temas como la pedagogía, formación y alfabetización audiovisual, pero también con muestras, exhibiciones y festivales”. Es decir, garantizan no sólo la realización, sino la circulación, difusión y exhibición del material producido.

    Otra de las líneas en torno a la que los colectivos de cine comunitario aunaron esfuerzos fue la realización de la Semana por la Soberanía Audiovisual, que en septiembre pasado celebró en México su tercera edición anual. “Nació desde la búsqueda de la soberanía audiovisual o como lo plateó un colectivo en Chiapas, de la autonomía audiovisual. Por sus procesos autónomos ahí están mucho más ligados a esa palabra, que lidera su imaginario de construcción. La soberanía siempre está pensada desde el estado. Lo que conversamos fue que la palabra no es el proceso, el proceso es el hacer, nos da igual si es “autonomía” o “soberanía” porque nos vamos a encontrar en el hacer. Si nos encontramos en una teoría, hay algo que no está funcionando. Da igual como quieras llamarlo”.

    Este año se tejió en nueve países de Latinoamérica (Perú, Bolivia, Ecuador, México, Costa Rica, Brasil, Argentina, Cuba y Colombia) que desde sus propias sedes, autónomas y autogestionadas, se aunaron en torno a un tema común que fue “territorio”. “La problemática del territorio se encuentra en casi toda Latinoamérica. Mucho de lo que se está generando en audiovisual ha caído en que, terminado el producto, se comparte solo entre un grupo chiquito de amigos y a veces ni siquiera se devuelve al lugar en dónde fue hecho”. No cierra el círculo. Por eso abrieron convocatorias con categorías múltiples , en las que cada país hace su propia selección del material recabado. Joel comenta que una de las categorías de la convocatoria es “Memoria” lo que motiva la pregunta ¿cómo ha trabajado el cine comunitario el período de guerra interna de Perú? Responde: “El tema con la guerra interna en Perú es que cada año sale una película. Acaban de estrenar una llamada “NN”, que me dijeron que está muy buena aunque no la he visto. También hay películas como “Paloma de papel” que es cualquier cosa. Es un tema que más allá de funcionar cinematográficamente, lo hace comercialmente. Pero ya es una historia conocida y se camina sobre lo mismo. Hay que ser bastante honesto con lo que se va contando. En el micro-cine de Ayacucho empezaron a trabajar este tema. Hicieron un corto sobre una lucha popular de estudiantes, mucho más antigua que todo esto de Sendero Luminoso (la guerrilla maoísta). También hay un romanticismo que se ha vendido hacia afuera y no se sabe que, en verdad, Sendero Luminoso y el Estado fueron acabando con todas las comunidades: llegar a una comunidad indígena quechua hablante y reventarles la cabeza con un libro rojo escrito en chino es un crimen constante”.

    Lo que remarca como central de este proceso es que el cine comunitario está permitiendo que se cuenten las historias con un ritmo y un tiempo propios, pensadas desde el espacio, desde el territorio. “Lo que se hace es acompañar el proceso, pero lo ideal es que llegue el momento en que dejemos de acompañar. Ya hay espacios totalmente autónomos”. Destaca las tareas de los micro-cines de Ayacucho y Puno (que cuenta en Aymara) y que tienen un pulso distinto al resto. “Eso es bien geográfico”, aclara. Y agrega como central: “Las comunidades van entendiendo que también la imagen es un espacio de disputa constante, de que a la memoria la queremos contar ahora y no queremos que nos la cuenten. Generan esa reflexión de decidir qué ver y qué consumir. Para mí el cine comunitario es como el derecho a la comunicación y la soberanía audiovisual es como la alimentaria, tú decides si te quieres alimentar bien o te quieres alimentar con basura. La imagen es alimentación constante por todos lados y la memoria es ahora, no es la que viene. Nos criamos bajo una imagen que no es nuestra. Estos procesos, no sólo los del cine, sino también la gráfica, el mural, permiten generar herramientas que bajan la disputa por la memoria a algo concreto. El cine comunitario es una excusa, el centro son los relatos”.

    ¿Cómo es el momento de la proyección? ¿Cómo viven las comunidades cuando se ven a sí mismas y ven a las demás? se le consulta ya en el final. “Eso es lo más rico. Me tocó proyectar en Cali (Colombia) un documental sobre los guardianes del agua, de Cajamarca (Perú) que se llama “Radio San Juan”. La comunidad se identificó y eso que fue proyectado en la urbe, no en una comunidad indígena, ni en el campo, ni en la periferia. Era la misma problemática que ellos acababan de pasar. Ahí ves que está funcionando. O cuando se proyectaron en Perú cortos de Chiapas y la gente no tenía ni idea. También hay un cerco de información que no deja pasar nada más allá de las telenovelas o el chavo del ocho. De pronto se encuentran con problemas o historias cotidianas que son las suyas”. Al final de cuentas, eso es trabajar en lo común.

    (Fuente: desinformemonos.org.mx)


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