“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA


  • Ana María Hermida, el heroísmo femenino de hacer cine
    Por Álvaro Corzo V.

    La ópera prima de esta bogotana se llevó tres nominaciones: a mejor película extranjera, mejor actriz principal y de reparto, en el Festival Internacional de Cine de Madrid.

    Pasar la mayoría de sus vacaciones en un lugar apartado en el Caquetá mientras sus amigos de colegio viajaban al exterior la convertían en un bicho raro cuando niña. Sin embargo, fue ese mismo bicho el que la picó por siempre con la fascinación por la alucinante geografía de Colombia, nuestra tradición oral tatuada en cada esquina, así como la libertad del campo, donde se viaja ligero sin mucho más que un par de ideas.

    Como casi todos, Ana María Hermida fue una hija más de la violencia en nuestro país. Creció en Bogotá, pero vivió con gran cercanía a sus catorce tíos y tías en el Huila, por donde vio pasar un país lleno de coloridas contradicciones, tabús y emociones encontradas. De eso es lo que habla el cine de esta bogotana de 35 años, quien hoy desde Los Ángeles ríe bajito por la nominación que su primer largometraje, La luciérnaga, a mejor película extranjera en el Festival Internacional de Cine de Madrid, al igual que las nominaciones a mejor actriz principal para la colombiana Carolina Guerra y mejor actriz de reparto para la mexicana Olga Segura.

    “Somos pocas la chicas directoras en nuestros país, pero ahí venimos. Estábamos solucionando otros asuntos”, me dice entre risas desde su casa color caliza sobre las colinas de Silverlake, un barrio de clase media-alta donde reside entre un ejército de artistas, fotógrafos y cineastas del mundo entero.

    ¿Por qué es tan difícil para una mujer ser cineasta, no solo en Colombia sino en el mundo entero?

    La presión, por invisible que sea, viene de muchas partes. Sobre todo para nosotras, las colombianas, más que todo en lo cultural y lo psicológico. Para empezar somos hijas de una sociedad machista donde una mujer empoderada de sus sentimientos y de sus sueños es más un bicho raro que una persona. Eso nos hace de entrada incomprendidas y anormales. Si a eso le sumas que hacer cine es una forma creativa de vivir que no es lucrativa de por sí, a menos que le pegues al perro, la cosa se pone peor. Tienes que decirle adiós a lo convencional de nuestra cultura para entenderlo. A fin de cuentas hay que hacer lo que sea para mantenerse haciéndolo. Entre más vivas y más intensamente lo hagas, tendrás un mejor ojo a la hora de contar historias en la pantalla.

    ¿Y qué ha tenido que hacer para seguir?

    De todo, he sido un camaleón. Mesera (la peor de todas), asistente de marketing, productora, niñera, publicista. Fui wing girl para Red Bull mientras estudiaba cine en Nueva York. También fui productora en una agencia de publicidad que les hacía comerciales a Nike y Novartis. Fui asistente de libretos para Wildboyz de MTV. Todo lo que hubiese. Si uno quiere hacer esto tiene que ver la vida como una colección de experiencias que en algún momento cobrarán sentido, si no te vuelves loca.

    Usted escribe y dirige, a diferencia de otros directores. ¿De dónde sale su primer largometraje?

    Estaba estudiando cine en Nueva York en diciembre de 2007; me quedaban un año de clase y otro de tesis. Fue ahí cuando me pegaron un puño en la cara muy áspero. Mi hermanito menor murió en un accidente automovilístico, fue durísimo. Lo único que me mantuvo cuerda fue un corto que hice, El elefante rojo, que me dio fe en lo que siento, que el cine sí era lo mío. El caso es que en medio de esa depresión tan brutal, la novia de mi hermanito me visitó por un mes con el fin de calmar el dolor que le dejó su muerte. Un mes en que ella veía en mí a mi hermano, un duelo muy raro y espiritual que me dejó pensando en el amor absoluto.

    La luciérnaga toca el tema de la conexión espiritual entre dos mujeres rayando en lo sexual de su naturaleza. ¿Sigue siendo tabú el amor entre dos mujeres?

    No hay duda que seguimos siendo una sociedad homófoba, hasta en mi propia familia no lo entienden. Yo he vivido en Colombia y comprendo de dónde vienen, pero también lo he hecho afuera y he compartido con grandes amigos homosexuales con todo e hijos. El amor es universal. Para ser honesto, no importa de dónde vengas ni mucho menos el sexo que tengas, lo importante son los cojones que poseas para ser auténtico contigo mismo. El amor entre dos mujeres es una muestra más de que el amor es posible por encima del sexo, hasta de la propia existencia. A mí en lo personal no me atraen las mujeres; ojalá lo hicieran para así dejar de sufrir por los hombres (risas).

    ¿Se puede entonces desexualizar el amor?

    Explorar un nuevo tipo de amor donde no importa si eres hombre o mujer, claro que sí. El amor universal, sublime, en el cual no importa qué cuerpo tengas. Por supuesto que el amor sí puede ir mucho más allá del sexo. Aunque nuestro cuerpo sea la forma de expresar nuestros sentimientos, los humanos no sólo somos culos y tetas.

    ¿Qué tanto se le debe a la Iglesia y las novelas la mentalidad de las mujeres hoy día?

    El patriarcalismo es algo propio de nuestra cultura, y ha sido perpetuado a través del dogma y los medios de comunicación. Por eso lo que necesitamos es más mujeres dirigiendo cine. Ya basta de hombres, la mayoría de ellos blancos, contando historias de mujeres, diciendo cómo nos debemos sentir. La idea de que todo hombre tiene que tener plata y que cada mujer tiene que ser una hembra son lugares comunes que tenemos que romper. Contemos nosotras las historias.

    Le escuché decir en Nueva York hace un tiempo, cuando presentó El elefante rojo en el Colombian Film Festival, que nuestro cine tiene una tendencia al dolor. ¿A qué se refería?

    Que en nuestro país estamos predestinados, por todo lo que hemos sufrido de forma colectiva, a respirar culturalmente sentimientos de desesperanza, miseria y desesperación. Algo que históricamente ha calado en nuestro cine, como una mala droga que en vez de hacerte volar te hace estar nublado. Una histeria colectiva que en ocasiones nos ha hecho creer a los colombianos que somos personas violentas en vez de personas creadoras, personas de paz.

    Lo más difícil para un cineasta nuevo es conseguir el dinero para su primer largo. ¿Cómo lo hizo?

    Hacer cine es como parir un elefante. Hay que correr mucho y tocar muchas puertas. Muchos años detrás de este proyecto. Comencé a escribir el guion en 2009. Fueron seis libretos que finalmente me dieron la versión final con la que salí a buscar los US$ 100 000 que necesitaba para hacer la película con la uñas. Aun así, y en contra de lo que pensaban todas las productoras en Colombia, lo logramos. Amor infinito a mi productora Luisa Casas, otra colombiana comprometida con el cine de género. A César Casallas, quien me salvó formando un equipo increíble por muy poco. A mi directora de casting, Juliana Barrera, y a los actores, todos convencidos de la historia más que del dinero. A Carolina Guerra, una increíble mujer y actriz, Olga Segura, Manuel José Chávez, Luis Fernando Orozco y María Elena Doering. Gracias a todos por haber sido parte de este sueño que rodamos en Bogotá y en Villa de Leyva en 2013.

    ¿Qué significan para usted estas nominaciones en el Festival de Madrid?

    Que vale la pena creer en uno sin esperar nada a cambio. Pero me da más felicidad por Carolina y Olga. Ellas hicieron todo esto posible. También por lo que significa para mi familia, que ya piensa que estoy un poco menos loca. De una forma u otra reivindica el esfuerzo. Lo que sería increíble es llevarnos siquiera una estatuilla.

    ¿La desvela el reconocimiento en Colombia?

    A veces siento que Colombia es como ese papá que a uno no lo quiere. Para mí fue muy duro no entrar al Festival de Cine de Cartagena, después de venir del festival de Atlanta y del de Sarasota. Sentí un dolor profundo, parecía una niña chiquita. Sin embargo, los premios son una fiesta para el ego, así que no importa. Lo que sí me haría feliz es que me llame un distribuidor de Colombia y me diga que quiere mostrar mi película. Que la gente sepa que afuera hay mujeres comprometidas con el cine de nuestro país.


    (Fuente: Elespectador.com)


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