“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Venecia, el más elocuente y coloquial tratado sobre la erosión de la rutina
    Por Joel del Río

    Venecia se realizó a partir de una escaleta —de acuerdo con declaraciones de Enrique (Kiki) Álvarez— y el proceso de improvisación significó la escritura de un guion in situ, en el mismo instante de su concreción escénica, a partir de las propuestas de las actrices protagonistas, en estrecha interacción con el director y el fotógrafo colombiano Nicolás Ordóñez.

    De ese modo se explica que la obra posea un crédito de guion compartido por ellos dos y las tres protagonistas, y ostente una naturalidad que ensombrece una buena cantidad de películas cubanas aferradas a la retórica, la artificialidad, la evidencia narrativa, la falta de sorpresas y el devenir dramático evidentemente pautado. Alguien (que no soy yo) pudiera criticarle a esta película su apego a la intrascendencia, a cierta frivolidad que el machismo atribuye a las mujeres, pero nadie podrá negarle que representa un certero paso de nuestra cinematografía hacia la modernización, puesta al día y mixtura acreditable de testimonio real y ficción construida.

    Ante la primera escena, cuando la cámara gira en redondo dentro de un salón de belleza, para que asimilemos el espacio donde trabajan Mónica, Mayelín y Violeta (interpretadas respectivamente por Marianela Pupo, Marybel García y Claudia Muñiz, esta última también autora del argumento) recordé un desagradable incidente ocurrido en la Televisión Cubana, hace más de 20 años, con Joan Manuel Serrat, cuando declaró ante cámara, delante de un cuestionario medio frívolo del programa Contacto, que la conversación parecía «chisme de peluquería».

    Venecia tiene la indiscutible osadía de arriesgarse a que la tilden de trivial en tanto aspira a descubrir la sensibilidad y fibra humana, las frustraciones y los sueños compartidos, los relatos mínimos y las vidas dispersas, el calor y la soledad que palpitan también, por supuesto, en una peluquería, piense lo que piense el maestro Serrat. Debe aclararse, de cualquier manera, que la mayor parte del relato acontece cuando las tres mujeres deciden salir del salón de belleza y se van a comprar un vestido, comen en un restaurante, se toman unos tragos y terminan la noche en una discoteca.

    Y que ningún lector me haga un juicio sumario por contarle la película. Aquí lo importante no es lo que se cuenta, sino el cómo, y las múltiples capas de sentido que pueden validar intelectualmente una anécdota de apariencia baladí. Mucho del impecable naturalismo se debe al espontáneo, desenvuelto y muy cálido trabajo de las tres actrices, quienes traducen en gestos sutiles y expresivos, miradas meditabundas o extraviadas, entonaciones vivaces y significativas, toda la espera, la insatisfacción angustiosa y la necesidad de realización íntima que alientan estas tres mujeres, tan comunes y excepcionales, y entrañables, como cualquier amiga o conocida del espectador.

    Porque el filme se ambienta en un universo que los varones compartimos pero que muchas veces desconocemos, y en su retrato íntimo de las tres mujeres, provoca una comunicación inmediata tanto en el plano emotivo y espiritual, como por la capacidad de la dirección de arte, el sonido y la fotografía para transmitir no solo el hastío y la ansiedad de ellas tres, sino las sucesivas capas de bochorno, bullicio y encerramiento que van atravesando en su excursión.

    La fotografía de Ordóñez suministra una visualidad en la que la funcionalidad narrativa y la pirueta artística se vinculan armónicamente, y la cámara igual se instala, estática, a fisgonear el chisme picante que se agita persiguiendo el taconeo vagabundo, o recurre a una imagen muy estetizada donde los fondos quedan desenfocados, y en el frente, nítidas, quedan las tres protagonistas. Precisamente la cumbre de vivacidad y elevación, el logro del semitono tragicómico, de cubanísima matriz, aparece en un plano cenital que recorta los tres rostros de las mujeres acostadas en un portal, exhaustas, casi poniendo fin a sus aventuras nocturnas, y soñando con llamar a un cirujano estético italiano, de esos que colocan senos de silicona.

    Que otros sigan haciéndole un proceso por frivolidad a Venecia. Para mí se trata del más elocuente y coloquial tratado que he visto últimamente en el cine cubano sobre la erosión de la rutina, y el imperativo cotidiano, a veces nocturnal y enloquecido, de calzarse las ilusiones y permitirnos la locura, o al menos la indomable franqueza, que tal vez parece dislate.

    Si algún problema tiene la película proviene, creo yo, de algunos molestos subrayados y reiteraciones, y de permitir que se evidenciaran ciertas amarraderas genéricas al melodrama, a los trucos de un guión o pauta preconcebida, sobre todo en cuanto al personaje de Violeta, su embarazo indeseado y sus repentinas e innecesarias catarsis. En varias otras secuencias, como la botella de ron y el juego de Yonunca, o la del pariente orate, la proyección de la actriz y el personaje armonizan perfectamente con el resto del filme.

    El director, y el pequeño y selecto grupo de colaboradores, apuestan por el sincero reconocimiento de nuestra urdimbre psicosocial, sin moralinas ni lugares comunes. Porque si un cineasta cubano ha demostrado con creces su habilidad para reinventarse por completo es Kiki Álvarez, en esta corrida por un universo urbano y femenino, realidad paralela muy poco tratada por nuestro cine. Venecia propone un discurso otro sobre la espiritualidad, el estoicismo y la utopía, y si se divulgara lo suficiente, pudiera dar muchísima tela por donde cortar a psicólogos, sexólogos, sociólogos y estudiosos de la feminidad, la masculinidad y, en fin, el ser humano.

    Todo ello ocurre gracias a la perfecta convicción de sus actrices (a las que debe añadirse un grupo de secundarios de lujo como Jorge Molina, Jazz Vila, Yarlo Ruiz) y a la fuerza innegable de su honrado verismo, que posibilitan añadir el filme a la lista de lo mejor y más novedoso del cine cubano reciente; sustancioso esfuerzo por atrapar algo tan inasible como sueños, misterios e ilusiones femeninas, mediante una dramaturgia paradójicamente atenta a lo coloquial, lo común y lo concreto.


    (Fuente: Juventudrebelde.cu)


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