“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • No se aceptan devoluciones, encantadora sencillez
    Por José Antonio Martín

    Del mismo modo que en España estamos viviendo la efervescencia del éxito sorpresa de 8 apellidos vascos (2014, Emilio Martínez-Lázaro) –siete semanas seguidas encumbrada por el público en el nº 1 de las películas más vistas y aún sin síntomas de agotamiento–, en México también han conocido su particular fenómeno sociológico con la comedia No se aceptan devoluciones (2013).

    Ópera prima como director de Eugenio Derbez, actor todoterreno en su país que, pese a haber logrado sus mayores triunfos en la televisión o en el género del humor, también ha demostrado su valía interpretativa como eficaz dramático en títulos como La misma Luna (2007, Patricia Riggen).

    Con este debut tras las cámaras, Derbez ha hecho historia, convirtiéndose en la película en lengua española más taquillera de todos los tiempos, desbancando al segundo puesto a El laberinto del fauno (2006, Guillermo del Toro). 39 millones de dólares recaudados en Estados Unidos certifican la simpatía que despierta el director, guionista y actor al que muchos se han apresurado a comparar con el italiano Roberto Benigni, por su facilidad para contar historias con un trasfondo duro, enmascarándolas con un humor blanco y familiar que las hace fácilmente accesibles a todo tipo de público. Una vez más, las comparaciones son odiosas y No se aceptan devoluciones no es, ni de lejos, La vida es bella (1998), algo que no ha impedido que, a pesar de todo, el filme mexicano haya calado hondo entre la audiencia gracias a su encantadora sencillez.

    La historia nos presenta a Valentín, un simpático caradura de Acapulco, mujeriego incurable, al que un día le llueve del cielo una pequeña hija, fruto de una de sus múltiples aventuras. La madre huye a Los Ángeles dejando al bebé en los brazos del desconcertado Valentín que, sin pensárselo dos veces, pone rumbo a Estados Unidos para localizar a la mujer y devolverle a la niña. Por circunstancias de la vida, el hasta entonces desastroso y cargado de miedos Valentín, logra hacerse un hueco en el mundo del cine como doble de las escenas de riesgo de estrellas como Johnny Depp, lo que le da la independencia económica para criar él solo a la pequeña Maggie. Padre consentidor, ha convertido el apartamento en el que viven en el sueño de cualquier niño, lleno de juguetes y colores por todas partes. Para que Maggie no descubra su abandono, Valentín ha hecho que crezca en una vida de fantasía, contándole que su madre es poco menos que una heroína a la que sus múltiples aventuras alrededor del mundo le impiden vivir junto a ellos. Hasta tal punto llega la mentira de Valentín, que escribe cartas ficticias en nombre de la mujer para que la niña viva feliz. Felicidad que se ve enturbiada cuando, años después, la madre aparezca en sus vidas con la intención de recuperar el tiempo perdido. Como se puede apreciar, el argumento no presenta nada que no hayamos visto antes (y de manera mejor) en la gran pantalla, en títulos como Tres solteros y un biberón (1985, Coline Serreau) o la oscarizada Kramer contra Kramer (1979, Robert Benton). No se aceptan devoluciones es, por su tratamiento almibarado e ingenuo, un producto ideal para toda la familia, mucho más satisfactorio en su primera mitad, con las continuas payasadas del carismático Eugenio Derbez sacando más de una sonrisa de complicidad en el espectador, que en su excesivamente melodramático segundo acto. Allí, el Derbez director hace gala de su inexperiencia como director novel, abusando del sentimentalismo barato y soltando toda su artillería de empalagosa ñoñería para embaucar a su público. Sin duda, la cinta conseguirá arrancar la lagrimita del espectador menos exigente, pero decepcionará a quien busque una comedia dramática de auténtico calado. Con el fin de no resultar convencional del todo, el personaje de la madre ha rehecho su vida al lado de otra mujer, un ingrediente este –el del lesbianismo y los nuevos tipos de familia– que aparece bastante desdibujado, de modo casi testimonial.

    No conviene ser tampoco demasiado duro. Se trata de un producto milimétricamente diseñado para contentar al máximo tipo de público posible, haciendo auténticas acrobacias para combinar los sentimientos con un humor ligero que gracias a su cómico protagonista, funciona como un reloj. Es un tipo de cine familiar intrascendente y comercial, del estilo del que cultiva Adam Sandler –con quien el mexicano trabajó en Jack y su gemela (2011)–, presente en diferentes citas del guion y en el tipo de personaje que desempeña Derbez, el del eterno “niño grande”, incapaz de aceptar la madurez. Cabe destacar también el notable trabajo de la joven debutante Loreto Peralta que, con solo 9 años, logra una excelente química en pantalla con su padre en la ficción. Ambos son los máximos responsables de que el filme haya logrado conectar de la manera que lo ha hecho con tanta gente. No se aceptan devoluciones se ve y se disfruta con la misma facilidad que se goza una película de Cantinflas un domingo por la tarde. Es cine de factura televisiva que deja buen regusto pero no alimenta.


    (Fuente: Elantepenultimomohicano.com)


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