“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Sigo siendo (Kachkaniraqmi), la diversidad peruana
    Por Analía Iglesias

    Kachkaniraqmi es la voz quechua para "sigo siendo" y también para "seguimos siendo". En singular y en plural porque, en quechua, yo y nosotros son sinónimos. "Seguimos siendo", "acá estamos" o..."vamos", diríamos, con el peruano Javier Corcuera, el director de la película, que nos anima a acompañarlo en este viaje, a escuchar las voces de su Perú natal.

    El título del valioso documental de Corcuera es Kachkaniraqmi (sigo siendo), en quechua y en castellano, y es que muchos habitantes de esa tierra diversa dicen el cariño y cuidan sus tradiciones en los dos idiomas, en el que los amamantó en Los Andes y en el adquirido, el que llegó de ultramar y se volvió propio.

    Por fin, empieza a resonar la palabra diversidad no solo para hablar de las especies de flora y fauna en continua amenaza de extinción, sino también de los pueblos, de las culturas y las lenguas. De los riesgos que la mundialización tiene para la diversidad humana, cultural y lingüística hablaba justamente el libanés Amin Maalouf en Identidades asesinas: "No hay nada más peligroso que tratar de cortar el maternal cordón que une a un hombre con su lengua. Cuando se corta o se perturba gravemente, ello afecta de manera desastrosa a su identidad entera". Según el ensayista, "proclamar el derecho de toda persona a hablar su lengua no debería suscitar ninguna vacilación".

    Por eso Corcuera, un cineasta que lleva años residiendo en España, no vacila en emprender esta travesía que rescata voces que ojalá nunca queden solas. Y desde el altiplano va bajando hacia la costa, recorriendo los paisajes, las historias de los pueblos y las músicas de los tres grandes territorios peruanos: Ayacucho, en la zona andina; la selva amazónica y los bordes urbanos del Pacífico, Lima. El hombre siempre está en el centro de la escena; el hombre y la mujer, que si tiene la voz infinita de Consuelo Jeri cantando en quechua, abrazada por la cordillera, nos eriza la piel, aunque hayamos nacido muy lejos de esa tierra misteriosa de los incas.

    "Darle más vida a la vida, eso es la vida". Así explica el baile el hombre del pueblo andino, rodeado de montañas rosas y marrones, con sus líneas blanquecinas del tiempo. Bailar y tocar la quena, el sicu o el cajón, y no olvidar el violín nunca en casa, y zapatear hasta el cementerio. Contarse y cantarse.

    Corcuera se detiene en la vida de sus queridos músicos, en sus jaranas (fiestas) y en los quehaceres cotidianos de los habitantes de esos caseríos en las laderas escarpadas, los que dignamente pueden ser generosos apenas con las tunas (higos chumbos) de su jardín. Una cholita corta la tuna con cuidado para no pincharse y llena la cesta, y los que no pertenecemos a ese Perú milenario nos reconocemos en el acto de cogerla, de llenarnos de espinas pero insistir, y pelarla. Y en esa acción sentimos amor (y admiración) por una cultura tan orgullosa.

    En la selva se hablan otros idiomas y se navegan ríos que parecen de ficción, o fondos de pintura al óleo en los que se superponen vapores de la selva y maneras de hablar y de cantar absolutamente otras. Allí oímos el shipibo, una de las lenguas pano, de la selva amazónica, una familia que constituyeron unos 30 idiomas y de las que actualmente se conservan unos 20.

    "Para que una persona pueda sentirse cómoda en el mundo actual es esencial que no se la obligue, para entrar en él, a abandonar la lengua que forma parte de su identidad", nos ayuda Maalouf. Porque "todas las lenguas tienen el mismo derecho a que se respete su dignidad".

    En Kachkaniraqmi queda el registro de los shipibo-conibo y la alerta y la ocasión de proteger a las lenguas minoritarias y la integridad cultural de sus hablantes, como se salvan los últimos individuos de una especie o las semillas de los arbustos que aplastaron los cultivos.

    Cuando por fin divisamos el Pacífico es que Corcuera ha llegado a Lima. Entonces reconocemos la ciudad latinoamericana y entendemos el parentesco que hay entre las urbes sudamericanas que creíamos tan diferentes. Los trenes, los autobuses, los barrios, su mestizaje. En Lima, la hermosa Victoria Villalobos canta en el empedrado y, a la primera nota, el aire ya huele a Buenos Aires o a Montevideo. Pero el quechua sigue en las calles y en la música, mucho más mezclado aquí con el español.

    Al cabo de este viaje que agradecemos al cine, nos quedamos pensando en este idioma que no distingue entre singular y plural: un idioma, como el quechua, que no diferencia entre yo y nosotros, necesariamente nos pone en un lugar común con el otro.Y en este momento occidental, recuperar el espíritu del nosotros y el compartir ideas, mientras nos sentimos parte de algo mucho mayor que nosotros mismos, seguramente nos permitiría dar un salto creativo en esta agónica era industrial.


    (Fuente: Elpais.com)


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